QUÉ MÁS NOS SALVA

QUÉ MÁS NOS SALVA

14 de julio de 2024 0 Por Ángulo_muerto
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JOAQUÍN ALBAICÍN

Escribíamos hace poco sobre los asideros, tablas de náufrago, bálsamos y panaceas que, en este mundo de despropósitos y perversiones, en este videojuego donde los mediocres y malvados son propuestos como modelos a emular, no sólo nos ayudan a aventar el miedo al impacto contra nuestro planeta del asteroide Apofis, sino que también nos salvan de la tentación de, como proponía Dalí, plantar en mitad de la calle una gigantesca barra de pan y empezar a tirotear a cuantos se acerquen a ella. En aquella columna no lo contamos todo, y resulta comprensible, pues, aunque no lo parezca y aparte, por supuesto, de San Expedito, son muchas las tablas de salvación y las armas con que despistar al enemigo con que contamos. No mencionamos entonces el violín, como no mencionamos el acordeón, tampoco las pantorrillas de la mujer… ¡Y hay que mencionarlos! Así que… ¡Seguimos!

Estamos ahora, por descontado que de madrugada y mientras la sonda china Chang´e 6 se apresta a transportar hasta aquí unas muestras de terreno de la cara oculta de la Luna, en busca de asidero salvador en Egipto, en el año 1249 de la Era Cristiana. Y en un reino lógicamente musulmán, pero cuya princesa se postra ante estatuas de la diosa Sekhmet y jura por Isis. Los beduinos acuartelados en su capital visten como soldados bizantinos, su jefe lleva el título de khan y sus pasos son seguidos a todas horas por un director espiritual tocado con un capirote y que se nos antoja un lama de los bonetes amarillos. ¡Imposible confitar una mermelada más colorista! La bañera o, más bien, piscina donde, atendida por sus damas de compañía, nada y chapotea la princesa en sus aposentos de palacio cuenta con un paso subterráneo por el que, como una nave de Roskosmos, llega buceando hasta un cafetín próximo en el que por las noches danza para el público bajo falsa identidad…

¡Son alucinaciones que nos sirven de droga con que aislarnos de la España donde los influencers -versión retocada en comisaría del friqui- ostentan actas de diputado! Este Egipto de tan extrañísima factura se encuentra enlatado, sépanlo, en el archivo akáshico de Youtube donde Debra Paget exhibe esos encantos suyos de bailarina única que pasaron a la Historia en El tigre de Snapur, de Fritz Lang. Hablamos, sí, de esa maravilla de 1954 titulada La princesa del Nilo.

Nos salvan, por tanto, la danza y los ojos gatunos de Debra Paget. Antes y también en Youtube hemos visto otro Egipto balsámico, el Antiguo, ese en el que el faraón Amedeo Nazzari y la faraona Jeanne Crain –Nefertiti, Reina del Nilo- charlan sobre sus asuntos conyugales en una habitación supuestamente dechado de lujo oriental, pero que nos recuerda mucho a las del Hotel Mónaco de la calle Barbieri, que antes de hotel fue meublé. ¡Ah, qué buenas camas las del Mónaco! ¡Qué salvajes madrugadas vividas -ya era hotel- entre sus revueltas sábanas!

Otra tabla de salvación me regala mi pariente José María Mendoza, un ejemplar de La gran temporada, volumen de relatos taurinos de Fernando Quiñones al que recordaba haber echado un vistazo años atrás en la Biblioteca Nacional mientras esperaba a que el ujier me sirviera mi menú entonces diario de memorias de espías zaristas y rusos blancos en el exilio. Y haber leído uno de ellos –Muy cerca del final- publicado en su día por la revista valenciana Quites y en el que imagina Quiñones a Cagancho paseando por el Madrid de Peligros, Arlabán y la Plaza de Canalejas unos días antes de la Corrida de los Tres Gitanos en Vista Alegre. Se tomó sus licencias, pues en el cuento atribuye cincuenta y seis años de edad y treinta y seis de alternativa a aquel Cagancho que sólo llevaba vividos -eso sí, intensamente- cuarenta y cuatro y hacía nada más que veintiuno que se había doctorado. A sus compañeros de cartel, Gitanillo de Triana y Rafael Albaicín, se refiere también como “viejos espadas”, pese a tener mi abuelo veintinueve años y treinta y tres Gitanillo. No se priva tampoco Quiñones de atribuir al Cagancho de entonces, proverbial tumbahembras, frecuentes gatillazos con ellas merced a su declive físico, paralelo al taurino. ¿Cómo se puede escribir, incluso escudándose en el latiguillo de la licencia literaria, semejante majadería? Mas hay que perdonar a Quiñones, que sin duda entendería de hombres, pero está claro que no de hombres como Cagancho.

Todo bien, por lo demás, en este libro, todo salvífico sin reservas, desde la recién casada besando los costurones del banderillero al torero que, en mala racha, no da una y reencuentra su camino al recibir justo antes del paseíllo en Madrid carta de su enamorada, desinflando así toda esa mitología barata del apoderado protector de su poderdante frente a las malas artes del bello sexo… ¡Gracias y un abrazo, José María!

Nos salva también de Apofis y de muchas otras cosas, por ejemplo, la relectura de esa delirante historia de espionaje clasificable de pleno derecho en el género de la astracanada que es Misión de la India en Europa, del Marqués de Saint-Yves d´Alveydre. Nos salvan los naturales celtíberos de Rubén Sanz, por San Juan, al toro de El Vellosino. Otra tabla de salvación en tanto lleva a buen y tangible puerto sus investigaciones Aubrey De Grey, cuyos objetivos acaba de definir con inmejorable precisión la directora de Telva, artífice de la frase del año: “Queremos morir jóvenes lo más tarde posible”… Otra tabla, decíamos, es un valiente libro de Carlos Aguilar: Eurosexy. Voluptuosidad y delirio en el cine europeo, 1956-1973. Sus páginas nos retrotraen a una época en la que “en las pantallas vibraba la diosa” y “los cines de barrio representaban nuestros templos, y sus pantallas constituían el altar”. De haber sido publicada en 1970 esta cruzada de Carlos reivindicativa del erotismo presencial y las turgencias cotidianas, la bestia del averno llamada Instagram no habría llegado a nacer. Aún seguiríamos manejando este Eurosexy como catálogo o canon que va a lo que importa, a lo concreto, a las que de verdad valen y tienen algo consistente que enseñar.

Considerado como mosaico de iconos, Eurosexy es, en efecto, un Instagram de 1970 al que, lógicamente, no lastra ninguno de los defectos del actual, pues Eurosexy ha sido concebido como estímulo para el revolcón pasional y no orientado hacia el selfie. Y con mucho texto, como exige un libro, o lo exigía cuando no se confundía el libro con el panel informativo o la señal de tráfico. ¡Todo maravilloso, todas esas turgentes tetas, muslos, ligueros, tacones, vampiras a los pies de Drácula… que conforman la soberbia galería de imágenes que, a modo de eviterna baraja de naipes, encarnan Sylva Koscina, Elsa Martinelli, Daliah Lavi, Helga Liné, Elke Sommer, Rosalba Neri, La Polaca, Edwige Fenech, las azafatas del Un, dos , tres…!

Nos salva también del temor al avance de Apofis hacia la Tierra la exposición de Javier de Juan en el Conde Duque que aún no hemos podido visitar, pero cuya sola existencia es ya todo un talismán. Nos salva escuchar una buena ranchera, como las de Lola Beltrán o Amalia Mendoza. Nos salva el anuncio de S. S. el Dalai Lama de que vivirá ciento diez años, es decir, justo hasta la salida a la superficie de la Tierra de los míticos pueblos de Agarthi. Nos salva volver a ver Desde Rusia con amor, pues no en vano Ian Fleming escribía, como nosotros, libros “para heterosexuales de sangre caliente”. Nos salva la relectura sin prisa, pero sin pausa de El Rey del Mundo de René Guénon. Nos salvan -¡gracias otra vez, Youtube!- las entrevistas de Oliver Stone a Putin. Y las explicaciones y verdades del barquero del subcomisario Amedo, un tío con el que tomarse dos copas, no como esos políticos cobardes y de pacotilla que lo traicionaron.

Otro entrevistado o invitado permanente al plató de Youtube que desde el mismo nos da razones para seguir adelante y no abandonar el Bloody Mary, la tumbona de la piscina y la barrera del nueve es Javier Anastasio. Y es que el Caso Urquijo tiene mucha molla. Nos llama la atención una imagen de Escobedo en la prisión leyendo El rodaballo de Gunther Grass, que nos hace preguntarnos, vaya usted a saber por qué, si no estaría el reo tratando, al mostrar esa portada, de transmitir a alguien alguna clase de mensaje. ¿Cómo no pensarlo, si leemos en Wikipedia que, en esta novela, “un pescador atrapa a un rodaballo parlante a orillas del Vístula. El pez le propone ser su consejero en la lucha contra la mujer a cambio de su libertad”…? ¿Era o se sentía Escobedo el rodaballo parlante al que se quería silenciar, o se sentía pescador y amenazaba a “la mujer” con tomar nota del consejo del locuaz rodaballo?

Nos salva asimismo Diane Schuur con o sin B. B. King y, de ser sin él, cantando Travelin´ Blues. Nos salvan los pinchos de foie a la plancha del Fitero de la calle de la Estafeta. Las buganvillas del jardín nos recuerdan que también, sin fallo posible, nos sigue salvando el cine de Emilio Indio Fernández. Y no hemos perdido, además, digámoslo sin pelos en la lengua, la confianza en que Robert De Niro se decida de una vez por todas a dirigir una secuela de El buen pastor. Tenemos y lo confesamos, sí, más fe en que Aubrey De Grey vaya quemando etapas y nos sirva en bandeja y antes de lo previsible la panacea de la eterna juventud, pero tampoco la hemos perdido -o sólo muy poco- en Robert, rejuvenecido en El irlandés y de quien continuamos esperando ese segundo golpe bajo cinematográfico al hígado de la CIA.

¡Sigamos nadando, lectores! ¡Sigamos soñando! ¡Sigamos salvándonos!