HIJOS DE LA NOCHE

HIJOS DE LA NOCHE

14 de julio de 2024 0 Por Ángulo_muerto
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JOAQUÍN ALBAICÍN

Anoche los vampiros me pusieron los dientes largos cuando, en calidad de coleccionista de los números que me faltan de Famosos Monsters del Cine, versión española de la americana Famous Monsters of Filmland, aquí publicada en mi infancia por la editorial Garbo, fue internet a recordarme que campó por sus respetos otra publicación coetánea suya, Monsters of the Movies, de la editorial Vértice, a su vez versión reciclada al castellano de la aparecida con el mismo título en Estados Unidos desde 1974. Ambas echaban tesón sin límites a la causa de tratar de encajar ahí por bemoles a Paul Naschy en calidad de luminaria local -e incluso internacional- en medio de mitos vivientes o, como mínimo, no-muertos de la talla de Bela Lugosi, Christopher Lee o Boris Karloff. Y la segunda molaba mucho porque lucía en su contraportada las instrucciones para la compra por correo de las figuras articuladas de la casa Mego: Drácula, Frankenstein, la momia, el hombre lobo… Conservo aún alguno de aquellos compañeros de juegos y me pregunto si, escribiendo o llamando a la dirección indicada, todavía quedará al otro lado alguien que responda. Me han puesto, preciso, en particular los dientes largos las portadas del Especial Sobre Vampiros y del dedicado a Peter Cushing: titán del terror trágico, que aparece en esta junto a Barnabas Collins, el vampiro de Sombras en la oscuridad.

Y no puede ser casualidad, querido Íker, la coincidencia de este crecimiento de colmillos mío con la salida de imprenta, de la mano de Archivos Vola, de la colección de ensayos Hijos de la noche, elocuentemente subtitulada Vampiros: cine y literatura, volumen en el que Iria Barro Vale, Jesús Palacios y Rosemary Thorne escriben junto a Frank G. Rubio, primo de astronauta y, por ello, único autor español que puede exhibir de verdad raíces en la ciencia-ficción además de último valedor que, quizá, queda a Baal y Astarté extramuros del mundo de los crucigramas.

La expansión del pensamiento ilustrado coincide, en efecto, con una potente oleada de avistamientos upirológicos por toda Europa que Frank G. Rubio homologa a la de ovnis activada desde Estados Unidos en la década de 1950 y que incluye la muerte por estaca en 1732 del vampiro serbio Arnold Pavle, inspirador de una excelente novela ya en nuestro siglo a Fred Vargas. Hay que leer, sí, con frecuencia el tratado donde son recogidos con diligencia aquellos casos, dedicado por el padre Calmet, a esos seres -precisa Frank G. Rubio- “más longevos que venerables” y -como recuerda el Conde de Duval, encarnado por Germán Robles en El vampiro, sensacional película inauguradora de la edad de oro mexicana del cine draculesco- “detenidos en ese extraño puente que hay entre el fin de la vida y el comienzo de la muerte”.

Reivindica Rubio que el vampiro -acúdase a las fuentes mesopotámicas prediluviales- ya tenía apariencia hermosa sin necesidad del advenimiento de la moderna ola de narcisismo. Nos cuenta los contratiempos afrontados hasta hace casi cuatro días hubo por la película de Murnau debido a las zancadillas de la viuda de Bram Stoker. Continuando con el cine, subraya la influencia en el imaginario occidental de Planeta sangriento, nos recomienda Lifeforce de Tobe Hopper y recuerda cómo la ley estadounidense prohibió en 1954 la aparición de vampiros en los tebeos, nos preguntamos si para propiciar que toda la atención se concentrara en los ovnis. Y nos invita, “dado el deprimente y grotesco estado de casi todo”, a visionar los Dráculas de Christopher Lee “con admiración y nostalgia” . Eso me pasa a mí con las portadas de Monsters of the Movies con las que aliento esperanzas de hacerme.

Reconozco que, igual que estando ahí Carmilla nunca me ha interesado la Condesa Bathory, a quien dedica Rosemary Thorne su ensayo, en el que indaga en las fuentes históricas, fílmicas y literarias sobre la Condesa Sangrienta, tampoco he encontrado jamas que tenga media torta el Arrebato de Iván Zulueta, sobre el que versa el de Iria Barro Vale. De todo lo inspirado por la Condesa, me quedo con Los vampiros de Riccardo Freda, con Gianna Maria Canale y esos decorados de 1957 como elaborados en su totalidad con pan de oro. Digamos en cuanto a España que el vampiro literario más importante ha sido sin duda, aunque no haya sido hecho suyo por la cultura de masas, el de Las Ventas del Espíritu Santo, creación de un Alfonso Sastre que sabía mucho de sangre gracias a su esposa, Eva Forest, y así lo ve también Jesús Palacios, quien destaca también la importancia de Joan Perucho en el substrato artístico vampírico en un país donde la novela de Bram Stoker no fue publicada hasta 1962 y el vampiro era visto -buen ejemplo es el cuento de Emilia Pardo Bazán- más bien como símbolo de la explotación del terrateniente o los abusos del señorito que como versión chapucera y gótica de lo sobrenatural.

Todavía en marzo de 1970, recordemos, se desencadenó en Londres la caza de un ancianísimo vampiro valaco en la que descollaron dos Van Helsing de fuste, David Farrant y Séan Manchester, a partir de entonces auténticos profesionales del asunto y este último, al parecer, dudoso descendiente de Lord Byron y también dudoso obispo de una versión unipersonal de la Iglesia Católica. No está claro a cuántos vampiros ha matado cada uno al volapié, como mandan los cánones y antes de brindar su triunfo al sol, pues las estadísticas varían según las fuentes.

Tiene mérito, en cualquier caso, ya sólo figurar en tan bravo y comprometido escalafón, pues, como señala Iria Barro Vale: “Cuando tienes la eternidad asegurada, es irrelevante si pierdes el tiempo a marchas forzadas”. Es decir, consagrar los siglos a defenderte de los estacadores que te acosan ayuda incluso a mantenerse en forma, pero es de elogiar que quien sí tiene tanto tiempo que perder como un simple mortal lo dedique a anotarse trofeos en la cinegética transilvana. Porque, como sentenciara Luis Miguel Dominguín, aquí el único tiempo que se gana es el que pierdes… No, por tanto, el empleado en el acoso a aristócratas moldavos de trescientos años de edad. Mis respetos, pues, a los cazadores de hijos de la noche.