El escarabajo

El escarabajo

24 de enero de 2021 0 Por Ángulo_muerto
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KHEPER

Cómo se llega a ser el que se es…

 

 

El escarabajo

Manuel Mujica Láinez

Drácena Editorial

Madrid 2020.

Frank G. Rubio

Una gema con forma de escarabajo, devenida talismán tras un ritual mágico realizado por el joven hermano del faraón Ramsés II bajo la protección e inspiración, nada esquiva aunque sólo accesible a la mirada de los iniciados, de los dioses Set y Thot, cobra conciencia y nos relata, superando la barrera de los lenguajes y de  los siglos, este es uno de los prodigios de la literatura, su experiencia a lo largo de las generaciones y los continentes hasta llegar a nuestro tiempo. Con dueños muy distintos a través de los cuales se fiscaliza la trama pues las joyas, y muy posiblemente también los hombres (incluso las mujeres), sean siempre propiedad de alguien.

El escarabajo, curiosamente ausente del Diccionario de Símbolos de Juan Eduardo Cirlot, estaba presente, como el gato, de modo casi ubicuo en la iconografía egipcia. Talismán y sello que atraía sobre sí la potestad solar que entre los habitantes de la vieja Khemi era la potestad suprema. “Kheper”, Khepri, “llegar a ser”, tenía como significado principal el de la “autocreación” porque los egipcios pensaban que el animal nacía por sí mismo a partir de una bola de estiércol. Hasta aquí la referencia que hace Antonio Melic, en su conveniente e informado trabajo sobre el papel de los honestos y fascinantes artrópodos, de los que forma parte nuestro héroe, en la cultura.

Obligado es hablar del autor que, como Borges, fuera otro escritor mucho más justificado para ganador del Nobel que muchas de las mediocridades inverosímilmente galardonadas que va sembrando la Academia sueca sobre nosotros, y con ello reiterar palabras que el lector podría muy bien encontrar en otros lugares mejor tejidas o elaboradas. El escarabajo fue publicada dos años antes de la muerte de Manucho, acaecida en 1984, y con ella culmina su ciclo histórico-mágico, llamémoslo así, sin duda una de las partes más destacadas e inolvidables de su prolífica obra. Este segmento destacado de su producción creativa se inició en 1962 con Bomarzo y prosiguió con El unicornio (1969), para mí sin duda la más brillante, concluyendo con El Laberinto en 1974. Las tres son auténticas obras maestras del escritor porteño, de orígenes inmarcesiblemente patricios, nacido en 1910.

El devenir convulso e imprevisible de las cosas, la sucesión de las generaciones, y la profusa ambigüedad de la condición humana que se manifiesta en las sensibilidades y acciones de los personajes más diversos, constituyen la materia y la trama de esta su última novela. La afinidad del escritor con los temas ocultistas se hace patente en esta obra que, como El peregrino de la estrella de Jack London, está íntimamente relacionada con la convicción, agotadora vitalmente pero fértil literariamente, de las reencarnaciones. El anillo de lapislázuli, que adorna en sus comienzos la mano de la bella reina Nefertari, irá pasando de mano en mano, a modo de talismán enamorado, de un siglo y un lugar a otro. Veremos desfilar ante nosotros, como se perciben los desgarros que quieren pronunciarse como realidades desde las ventanas de un tren nocturno, fragmentos coloridos de un caleidoscopio, todo tipo de vidas anónimas y de personajes históricos consagrados por la Historia Universal: ese maravilloso archivo de los despropósitos y las virtudes humanas que hoy la locura de la Técnica aspira borrar de nuestra memoria. Aristófanes, Julio César, Roldán y Carlomagno, Dante, Marco Polo, Miguel Ángel, Velázquez…

Prostitutas, soldados, nobles, gitanos, santos, villanos, magos, reyes, hermafroditas, caricias y artistas serán, entre otros muchos, las ventanas a través de las cuales el autor nos expone con ironía, utilizando su idiosincrásico estilo barroco, la multiplicidad y fragor de la existencia humana. Hay que señalar que esta novela, editada con primor por Drácena y que culmina la carrera del escritor porteño que terminará sus días en La Cumbre, es una obra menor. No está a la altura de las tres obras anteriormente citadas, con las que está íntimamente relacionada y de las cuales en diversos momentos bebe directamente. Queda claro que la sustitución de los dioses por la democracia, uno de los muchos asuntos que el lector tramitará hacer acceder al público a través de su lectura, es también una alegoría del propio decurso artístico y vital del autor. Poseidón al final de la obra, pues en ella están también presentes los dioses, comunica al escarabajo, con el cual pueden identificarse sin conflicto autor y lector, una gran verdad: todo amor sincero es posible, no hay amor ridículo y en gran medida amar es también añorar.

La vida y con ella la literatura que la porta y es portada, es un deslizarse anfibio de siluetas de humo. Como el sol surgimos para mejor vernos de nuevo sepultados y volver a empezar de nuevo como lo hacen los Siete Durmientes de Éfeso, por cierto uno de los mejores momentos de la novela, en el Gran Teatro.

Una y otra vez…