Medallones del Ochocientos. La vida romántica de Fernanda Siliuto y otros escritos de Luis Álvarez Cruz

Medallones del Ochocientos. La vida romántica de Fernanda Siliuto y otros escritos de Luis Álvarez Cruz

13 de diciembre de 2020 1 Por Ángulo_muerto
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Alejandra Casuso

 

A la memoria de Luis Álvarez Cruz y José Siliuto Méndez.

“Canté también de la penosa vida
Las angustias, zozobras y amarguras
Y como apuran ciegas las criaturas
en dulce copa acíbar por bebida
De la amistad hermosa y bendecida
Mostré los peros goces y dulzuras
Y al vivo y atrevido pensamiento
Hice llegar audaz al firmamento.”

Dulces preludios, Fernanda Siliuto y Briganty. (Gaceta de Tenerife, 5 de Marzo de 1922).

            La inmortalidad es un viso irregular auspiciado por la desgracia caligráfica de la pluma enarbolada por las autoridades competentes que guardan con recelo el umbral de la Historia Universal. Se torna necesario leer a los autores del romanticismo si queremos evitar caer en la tiranía dicotómica que santifica con su aureola democrática la apropiación ideológica de las cuestiones sociopolíticas. Debemos corregir la perspectiva occidental que merma nuestras facultades sensitivas bajo los efectos dualistas de la droga de la tradición histórico-teológica occidental y que se remonta a los albores de los infaustos días en que, según De Rougemont en su Man’s Western Quest, los cristianos se plantearon el problema de la Trinidad y el hombre y Dios se convirtieron en dos entidades pertenecientes a dos esferas existenciales diferentes. De tal forma que el hombre se ha posicionado inconscientemente dentro de un espacio existencial conflictivo y contradictorio, dualista, el de su persona tanto en su dimensión objetiva como subjetiva, que alimenta a la bestia de la incertidumbre cuya expresión facial ha llegado a un punto de deformación tal representada en nuestras más íntimas ensoñaciones que nuestra imposibilidad como seres racionales que nos consideramos a la hora de descifrar su significado se ha tornado empresa lo suficientemente frustrante como para que nuestro ser reniegue de sí mismo y se refugie en el convencionalismo y el innoble conformismo de la esfera mundana exterior.

            Todo ello a fin de que el acto de sublimación de los valores absolutos no desprestigie los actos humanos, ya que lo que provoca inevitablemente tal juego de la semántica dicotómica del lenguaje son contradicciones que invalidan cualquier postura u argumento crítico. La carga significativa trascendental de la existencia humana es un concepto que comprende quien posee la sensibilidad intelectual y emocional para hacerlo, no quien goza de los favores burocráticos que marcan la excelencia académica. Ésta es una relación que a mi parecer seguimos confundiendo a día de hoy.

            Trenzando delicadas elegías a la memoria de la profusa constelación de la poesía insular del ochocientos, se alza desde el fondo del ataúd de las poetisas canarias agasajadas con laureles por Dulce María Loynaz en Un verano en Tenerife, a orillas de su centenario en el año 1959, hallamos a Luis Álvarez Cruz en calidad de figura ejemplar del periodismo canario del siglo XX. Poeta y escritor, además de Presidente del Ateneo de La Laguna y del Orfeón La Paz y corresponsal del periódico ABC. Fue en el Instituto de Estudios Hispánicos donde, el 10 de abril del año 1959, impartió una conferencia sobre la poetisa tinerfeña Fernanda Siliuto y Briganti (La Laguna, 1834- Puerto de la Cruz, 1859), con motivo del primer centenario de su muerte, para ser editada poco después en Mayo del mismo año, en la Imprenta Gutenberg de la ciudad de La Laguna.

            La segunda edición que nos ocupa del 2009 coincide por tanto con los ciento cincuenta años de la muerte de la poetisa y con los cincuenta años desde que Luis Álvarez Cruz pronunciara dicha conferencia.

            Como bien apunta su autor, no fue su propósito una visión crítica de Fernanda Siliuto. No pretendía actuar a modo de “entomólogo literario”.  Lo que le interesaba era lo que representaba Fernanda Siliuto tanto en el mundo poético de la Isla como lo que significaba en el mundo del Romanticismo de aquella época en Canarias. Ese tiempo y sus poetas fueron su principal objeto de estudio durante gran parte de su carrera. Y la Siliuto, quien muere joven por tuberculosis (aunque no se descarta un suicidio), tal y como acostumbraban todos los artistas de aquella época, era una clara exponente de las poetisas del siglo XIX. Y así Álvarez Cruz buscó desde el Registro Civil hasta las parroquias donde fue bautizada y celebraron sus honras fúnebres y visitó a sus familiares a fin de hallar y recopilar entre las estrechas lindes de su investigación todas las referencias posibles en cuadernos familiares, periódicos, revistas y otras publicaciones de la época e incluso años posteriores. Este libro, agotado en las librerías el mismo año que se editó ha sido solicitado por estudiosos de la autora o de la literatura canaria del siglo XIX para algunos trabajos de investigación de índole académica.

            Sin embargo, no sólo es Fernanda Siliuto quien protagoniza dicho texto biográfico-literario representativo del paisaje del romanticismo canario, sino que comparte un primer plano con otras dos figuras relevantes para entender este movimiento literario en el sentido de corolario vital del que deseamos dotarlo. El poeta modernista Manuel Verdugo, al que Álvarez Cruz conoció y por el que sentía una gran admiración, y a quien homenajeó en el Teatro Leal de La Laguna el 12 de Septiembre de 1949, y Antonio Zerolo el poeta, profesor y académico correspondiente de la Real de la Lengua cuyo texto ya había publicado en el periódico El Día, donde trabajaba como periodista.

            La ultima sección del libro la configura otro brevísimo texto titulado “Peregrinación y evocación”, expuesto en el Paraninfo del Instituto de la Laguna, donde el autor realizó sus estudios y que recuerda con nostalgia cuando aún se le denominaba Instituto de Canarias.

            El siglo XIX fue un siglo eminentemente poético en las Islas, sobre todo romántico, no sólo en el repertorio de sus temas y la forma de expresarlos y retratarlos, sino, además, en el tono de su vida. Pues el romanticismo no es meramente una escuela literaria, sino una manera de entender la vida. El amor como concepto en fraternal consonancia con el dolor sugerido por Giacomo Leopardi.

            La poetisa nació el 20 de Marzo de 1834, en la Villa de Abajo de la ciudad de La Laguna, y fue bautizada el día 23 en la parroquia de Santo Domingo. Falleció en el Puerto de la Cruz el 23 de Abril de 1859 y fue sepultada la noche del 24. Época en la que ya el barón Alexander Humboldt había dado cuenta de su adoración como naturalista frente el Valle de la Orotava.

         Antonio Ruiz Álvarez transcribe en su libro Poetas del Puerto una composición titulada “Esclavitud”,  la cual impresionó a Dulce María Loynaz y que fue hallada a raíz del fallecimiento de nuestra heroína en su mesa de noche en calidad de obra póstuma.

“No son libres las aves…? Por qué el hombre
no ha de serlo también? Ley inhumana
[…]
Ley que los mismo hombres han creado
para satisfacer su necio orgullo
degradante invención; siglo afamado
¿por qué la esclavitud no has de omitir?…”

            El tema de la libertad fue tratado profusamente por la poetisa, ya que se trata de un tema romántico por excelencia. De hecho, ya en 1853 había publicado en el Eco del Comercio la composición “A una tórtola”, donde se representa al amor como la única cadena aceptable para los románticos y donde igualmente Siliuto sucumbe amarrada a la roca de la desesperanza, de modo semejante a como Victorina Bridoux, otra importante poetisa canaria contemporánea, perece amarrada a la roca del deber.

            Apunté anteriormente que el romanticismo era tanto una corriente literaria como un canon de vida; pues la escuela poética del romanticismo responde a sí mismo a un estado del alma. El arte se halla natural y constantemente influido por la vida y superpuesto a ella. Incluso el arte subversivo. Se trata una reacción vital a la cual muchos hombres y mujeres debieron su mensaje en determinadas circunstancias históricas. En ella, todo trasciende a romanticismo. El noviazgo infortunado, la larga espera infructuosa, la celda conventual, la hemoptisis, el nunca estrenado traje de novia convertido en sudario, la canción nostálgica del mar, la poca vida en el tiempo y la mucha vida en lo hondo del corazón, el entierro nocturno a la lumbre de las numerosas y afligidas antorchas de los habitantes del Puerto de la Cruz y hasta el anonimato de su tumba.

            En la Revista de Canarias, el 23 de agosto de 1879, dos décadas después del fallecimiento de la poetisa, su hermano político Alfonso Dogour, escribe un artículo en homenaje a su memoria en el cual deduce en consonancia con este espíritu de integración con la naturaleza que comparten los hombres románticos en el marco del panorama general de la historia literaria europea: <<Fernanda tenía un amor, el amor de lo bello>>.

            Dentro del marco discursivo de expresión del dolor en forma de angustia y desolación se desgajan los valores absolutos de cualquier forma de discurso (ya sea en su vertiente dicotómica o centralista) durante el proceso de construcción narrativa del instante externalizado y materializado dentro de los límites trazados por el sentido y dirección del pensamiento singularizado. El instante, y la carga trascendental que se le atribuye al tornarse concepto depositario de las características esenciales con las que edificar la filosofía de la propia existencia, crea la suspensión necesaria para que se produzca y dotemos de contingencia a esa prolepsis de movimientos ascendentes y descendentes entre tiempo y sentimiento. Movimiento a través del cual se modula el pensamiento poético. El contenido crea la forma, no la forma al contenido, todo lo cual equivale a la deconstrucción semántica de todo discurso de naturaleza paternalista y dogmática. A través de la configuración conjunta sentimental y temporal de la desolación ésta se externaliza de tal manera que se dota a la misma de propiedades sensitivas que resucitan a los muertos de los amores posibles y los desligan del discurso. La traducción narrativa de esta desidia se corresponde con el instante. Esas brechas, silencios o márgenes del discurso centralista académico.

            No hay que sublimar el dolor, hay que atravesarlo. La sublimación no es el fin, es el medio a partir del cual se produce el efecto espejo entre sujeto y objeto y nace el dolor necesario para la creación de ese espacio de reflexión; si no, nunca albergaríamos la necesidad de liberar las cualidades significativas poéticas de los objetos que nos permite, a su vez, deconstruirlos. Para tener cierta inteligencia emocional y crítica necesitamos la sensualidad lírica que libera a los objetos su esencia y los desliga de la pérfida estructura dualista del lenguaje político de Occidente. No hay que sublimar el dolor, hay que atravesarlo. La sublimación no es el fin, es el medio a partir del cual se produce el efecto espejo entre el sujeto y el objeto y nace el dolor necesario para ese espacio de reflexión crítica frente a la realidad. ¿Es entonces acaso el destino de Fernanda Siliuto, tal y como acota Dulce María Loynaz, el de ser borrada y olvidada? ¿O acaso no debiéramos seguir meditando los principios estéticos que encierran las constelaciones del romanticismo para encontrar de nuevo un sentido insumiso a nuestra existencia racional?                                                                                                         

                                                                           Alejandra Elena Casuso Campos

 Iglesia de la Concepción de la Plaza de la Concepción en San Cristóbal de La Laguna, Santa Cruz de Tenerife