Entrevista a Marcos Roitman
7 de septiembre de 2019
Por Eduardo Fort.
La Historia ha demostrado que la democracia es incompatible con este capitalismo salvaje y depredador. Marcos Roitman.
EF: ¿Qué vigencia tiene, hoy en día, la historia de los golpes de Estado en América latina?
MR: La Historia es la forma que tiene el ser humano de reconstruir su pasado. Es la memoria colectiva de los actos que han tenido lugar. Da igual que hablemos de literatura, ciencia, pensamiento, ideas, deporte o medio ambiente. La historia es el resultado de un proceso que da sentido a las acciones sociales. Antes que memoria y conciencia de un tiempo, la Historia es la manera de vivir los acontecimientos que modelan nuestro acontecer. Por ello son testimonio vivo de época. Es un registro en continuo cambio. Los hechos que se fijan se reinterpretan, se vuelven del revés. La Historia es poder y dominación, a la par que una herramienta para repensar nuestro comportamiento colectivo. Siempre estamos recurriendo al pasado para pensar el presente y reflexionar sobre nuestras acciones. Eso es Historia. En este sentido, la historia de los golpes de Estado en América Latina, es parte de una realidad social que permite desentrañar los aspectos no sólo políticos, económicos o sociales, sino comprender, en sus actores, lo más mezquino de la existencia humana. La banalidad del mal. Torturas, desapariciones, violaciones, asesinatos, magnicidios. Han sido generaciones las afectadas, incluso destruidas por la ambición del poder. Stroessner, Videla, Estrada Cabrera, Ubico, Vicente Gómez, Banzer, Pinochet, Trujillo, Machado, Batista, Somoza, Castelo Branco, por citar algunos, representan un tiempo donde la vida carece de valor, donde los derechos humanos, la cultura, la ciencia, en definitiva, lo que hace humano a los humanos desaparece. Esta dimensión de la deshumanización ha quedado reflejada en las grandes obras de la literatura, la poesía y la pintura latinoamericana, desde la mentalidad psicopática hasta sus odios y fobias. Vargas Llosa, Alejo Carpentier, Isabel Allende, Gioconda Belli, García Márquez, Roa Bastos, Neruda, Borges, Gabriela Mistral y Benedetti (entre otros) lo han descrito en sus novelas, cuadros y poesía. Los golpes de Estado permean todos los espacios de lo cotidiano: la familia, las amistades, el amor. Por ello no es posible invisibilizarlos, marcan y dejan huella. Su historia es presente.
EF:¿Dónde están y que hacen las fuerzas que movilizaron los alzamientos contra los gobiernos constitucionales?
MR: La respuesta no es optimista. Podría decir que cumpliendo condena por crímenes de lesa humanidad, pero no es así. En muchos países, las leyes de punto final han creado un agujero negro. Acuerdos espurios de transiciones pactadas con las Fuerzas Armadas han practicado el ritual del chivo expiatorio. Los informes de la verdad y reconciliación han delimitado responsabilidades, ayudado a identificar torturadores y cómplices en la sociedad civil. Empresarios, médicos, abogados, académicos, banqueros, gentes de la farándula y periodistas han quedado marcados por su participaron en el diseño y puesta en práctica de los golpes de Estado. Se han apropiado de bienes, han avalado el secuestro de personas, tanto como las violaciones y la compraventa de neonatos. En el libro se exponen algunos casos en diferentes países. Se citan testimonios de gerentes o altos cargos de empresas trasnacionales como Ford, Mercedes Benz, Bayer, ITT, etcétera, en los que reconocen haber informado a las Fuerzas Armadas, confeccionado listas de sindicalistas, militantes de izquierda o simpatizantes posteriormente detenidos, asesinados o desaparecidos. En esta sinrazón participaron profesores que delataron a estudiantes, médicos que supervisaban las sesiones de tortura para señalar los umbrales del dolor. Enfermeras que custodiaban a los detenidos, sacerdotes que buscaban confesiones para entregarlas a los cuerpos de seguridad. En fin, todo un conjunto de “buenos ciudadanos” que hoy caminan libres por las calles, ejercen sus profesiones y se sienten a salvo. Fueron tiempos de oscuridad que aún muestran claroscuros. Los golpes de Estado se planifican y se articulan en propuestas que cambian el horizonte histórico. Son un punto de inflexión en el desarrollo democrático. Sus impulsores no son solo uniformados. La época caudillista, de autócratas concluyó tras la Segunda Guerra Mundial. Los golpes de Estado que le sucedieron fueron una respuesta a las luchas democráticas, el avance de las clases trabajadoras, a la participación de la mujer en su lucha contra la sociedad patriarcal y al reconocimiento de los pueblos originarios. Afectó a las raíces del régimen oligárquico, cuestionando las estructuras agrarias tradicionales y el poder de los terratenientes. Para frenar dichos avances democráticos, las Fuerzas Armadas actuaron como institución. Derrocaron a Jacobo Arbenz en Guatemala, a Juan Bosch en República Dominicana, a Joao Goulart en Brasil o a Salvador Allende en Chile. Se les tachó de comunistas para justificar los golpes de Estado al amparo de la doctrina de la seguridad nacional. En el libro se detallan sus componentes. Emergieron sociedades del terror. Cierre de universidades, exilio, ilegalización de partidos políticos, persecución ideológica. Hoy, las Fuerzas Armadas regresan a los cuarteles. Algunos de sus altos mandos, enriquecidos con los negocios realizados durante los años de tiranía, viven de sus inversiones. Y, por otro lado, los empresarios, políticos e intelectuales han quedado impunes. Los mandos intermedios de las Fuerzas Armadas, con acciones contrastadas de violación de los derechos humanos no han sido juzgados y siguen en activo. Como dato, sirva que en Chile, el general constitucionalista -muerto en la tortura- Arturo Bachelet es considerado un traidor a la patria por no sumarse al golpe de Estado, mientras los alzados son héroes condecorados. En este cuadro, tampoco hay que olvidar las responsabilidades de las administraciones de los Estados Unidos, sean demócratas o republicanas. No hablo de un antiimperialismo ramplón o una justificación fácil. Henry Kissinger, Premio Nobel de la Paz, aparece en la mayoría de los documentos desclasificados como instigador y corresponsable de las operaciones encubiertas para desestabilizar el gobierno de Salvador Allende, al igual que George Bush (padre), quien financió los grupos y facilitó cobertura de armas para su derrocamiento, en tanto director de la CIA. En el libro se exponen muchos ejemplos. Y qué decir de los dueños de los medios de comunicación que alentaron los golpes y se beneficiaron de la censura de prensa posterior. Alcanza con citar a La Nación en Argentina, El Mercurio en Chile y O Globo en Brasil.
EF: ¿Puede achacarse a los golpes de Estado el atraso sempiterno de América Latina?
MR: Los golpes de Estado se dieron en las sociedades más avanzadas de la época y con grandes proyectos democráticos; con una organización política consistente. Organizaciones sociales que trasformaban y cuestionaban las estructuras sociales y de poder. No fue el atraso lo que llevó a los golpes de Estado. Esta visión responde a un tópico, ¿Cómo explicar que aún hoy se hable de los grandes avances que se habían producido en Brasil en 1964, en Costa Rica en 1948, en República Dominicana en 1961, en Guatemala en 1954 o en Bolivia en 1967? Bien es cierto que las sociedades latinoamericanas eran y son estados primario- exportadores. “Periferia”, al decir de Raúl Prebisch, nunca sociedades feudales o atrasadas. Los mecanismos de acumulación de capital, la presencia de las empresas trasnacionales y las inversiones directas cambiaron la fisonomía de América Latina en los años cincuenta del siglo pasado. Otra cosa es la forma de ejercicio del poder de las clases dominantes. En la medida que se cuestionó sus formas y su poder omnímodo, el resultado fueron los golpes de Estado. No se dan golpes de Estado y no se interrumpe la dinámica modernizadora si no hay un enemigo que está poniendo en cuestión las estructuras jerárquicas de un orden excluyente y concentrador. Hoy lo observamos en los llamados “golpes blandos”. Todos ellos, sin excepción, se han producido para frenar los avances y las reformas sociales, sólo que las Fuerzas Armadas ya no ocupan un lugar preeminente en su desarrollo. Han dejado su lugar para ejercer un papel fiscalizador. Ahora son los parlamentos, el poder judicial o incluso los organismos internacionales quienes pueden romper el orden constitucional. Lo cual no presupone que la represión selectiva, el asesinato y la desaparición no se sigan practicando: pensemos en Honduras, Paraguay o Brasil, sin ir más lejos. Decir que Brasil era un país atrasado es por lo menos una afirmación dudosa. El golpe de Estado contra Dilma Rousseff no tiene una explicación en el atraso. No menos podríamos decir si nos referimos a otros países de la región como Argentina en 1976, Uruguay en 1973 o Chile en el mismo año. América Latina no responde al estereotipo de una sociedad atrasada ni esa puede ser la explicación de los golpes de Estado. En el libro dedico dos capítulos a desmentir dicha afirmación.
EF: ¿Se repite o puede repetirse en el futuro la tragedia que ensombreció al continente?
MR: La historia es caprichosa. Nadie puede afirmar que los golpes de Estado, forman parte de un pasado trágico y que ya no tienen lugar en el siglo XXI. Lamentablemente, están a la orden del día. Su objetivo es romper el orden constitucional e imponer otra dirección a los procesos sociales. Solo cambian sus actores y sus formas, pero siguen siendo una técnica utilizada para revertir proyectos democráticos, reformistas, en ocasiones, no siempre anticapitalistas y antiimperialistas. El dilema de América Latina está en romper las formas históricas de dependencia sean tecnológicas, financieras o industriales. Hoy asistimos a una tragedia, el hambre, el desempleo, el asesinato de periodistas, dirigentes medioambientales, el aumento de la militarización del poder, la aparición de estados fallidos y las guerras de cuarta generación. Grandes migraciones de gentes que huyen de países sin futuro, narcoestados, cárteles y narcopolítica. Vemos como cientos de familias se arriesgan a perder la vida en un viaje hacia el norte. Cruzan el continente buscando nuevos horizontes y se encuentran con muros, policías corruptos y una indefensión total. Son detenidos, encarcelados y expatriados. Los menores son separados de sus padres y algunos mueren en el intento… ¿Acaso eso no es una tragedia? Los golpes de Estado son uno de los tantos problemas que aquejan a los países de América Latina, pero están inmersos en una nueva dimensión de la seguridad hemisférica de Estados Unidos en su particular guerra contra China. Somos países dependientes donde se aplican políticas. Ejercer el derecho de autodeterminación y soberanía territorial tiene un elevado coste: el golpe de Estado. Sin embargo, es necesario perseverar y trazar un camino propio. Lamentablemente, la Historia ha demostrado que la democracia es incompatible con este capitalismo salvaje y depredador. Menos aún la justicia social y la igualdad. Cualquier proyecto que asuma dichos valores será atacado hasta ser derrotado o destruido. Hay que resistir y seguir defendiendo los valores de la justicia, la dignidad que hace posible una vida digna. Como diría José Martí: Creamos o perecemos.
Marcos Roitman (Santiago de Chile, 1955) es una de las voces más calificadas de la sociología latinoamericana. Académico y militante, es autor de numerosos libros relacionados con el devenir de América Latina. Exiliado durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), reside en España desde 1974 y es profesor en la Universidad Complutense de Madrid. Por la razón o la fuerza: historia de los golpes de Estado, dictaduras y resistencia en América Latina (Siglo XXI, 2019) es su último libro.