PINCELADAS DESDE EL MÁS ALLÁ
15 de abril de 2024
JOAQUÍN ALBAICÍN
Con la misma enjundia en su momento exhibida en su recuerdo a Remedios Varo, publica ahora Atalanta, en edición ilustrada con idéntico mimo, un volumen de estudios -académicos, neutros, cutáneos- en torno a la figura de Hilma af Klint, artista plástica sueca nacida en 1862 y crecida a los pesados, espesotes pechos de la Sociedad Teosófica. El teosofismo y su organización matriz, fundada en 1875, en Nueva York y en una atmósfera de fraudulencia y timo por la más que pechugona Helena P. Blavatsky y el coronel Henry Steel Olcott, fue fundamentalmente el resultado de la frenética entrega por una serie de individualidades con cierta cultura, muy manipuladas y empujadas a ello por instancias más que dudosas y, a menudo, tenebrosas a la propagación de ocurrencias grotescas como si de revelaciones espirituales se tratase. La época era propicia y el éxito no les fue esquivo. Tanto -aunque siempre en alas de la polémica- cosecharon que, si la Sociedad Teosófica no disfruta hoy de un prestigio generalizado, es sobre todo por razón de que a eso mismo se dedica ahora todo el mundo a través de las redes sociales, por lo que la cosa no reviste ya singularidad alguna.
Al proceder de personas a menudo reunidas en torno a los veladores espiritistas, aquellas ocurrencias no podían constituir sino un grumoso potaje, sí, solemnemente servido, mas por completo fantasmagórico tanto en fondo como en forma. Viene a ser, por ello, relativamente comprensible que, según leemos, una exposición de la pintura abstracta de Af Klint inaugurada en 1986 en Londres fuera presentada como Lo espiritual en el arte, pues tanto el teosofismo como el espiritismo renquean de raíz en lo que se refiere a la confusión del ámbito de lo espiritual con el de lo meramente psíquico, un equívoco y error de bulto que -se dedique a la crítica de arte abstracto, la historia o la poesía- ha hecho suyo prácticamente toda la intelectualidad occidental.
Indudable y lógicamente influida por Swedenborg, desde muy joven Af Klint oyó “voces” y sirvió como receptáculo a experiencias de mediumnidad que no dudó en estimular participando en su primera sesión de espiritismo en 1879, con sólo diecisiete años, afiliándose a la Sociedad Teosófica en 1889 y formando en 1896, junto a otras cuatro amigas teosofistas, un círculo en el que recibían de “espíritus” a los que consideraban “Maestros Ascendidos” la orden de pintar tal o cual cuadro. De hecho, todo aquel peligroso y perturbador mundo sobrevive hoy, y con mucha mayor extensión de lo que se presume, bajo la forma de las cofradías de “contactados” por los “extraterrestres”.
Af Klint empieza a pintar abstracto en 1906, a los cuarenta y cuatro años, dos después de que un “guía” le comunicase desde el “Astral” que sus obras debían brotar en calidad de imágenes didácticas, explicativas para los profanos de la naturaleza del “mundo espiritual”, y poco antes de conocer a Rudolf Steiner, uno de los bustos clave en aquel ambiente. Y ha de subrayarse, como hacen quienes en el libro escriben, que a la entrega de Af Klint al espiritismo se sumaba un vivo interés por los adelantos científicos, lo que habla bien a las claras sobre los trasfondos, a la postre nada espirituales, de los conventículos teosofistas.
Así, Isaac Lubelsky subraya en su aportación cómo la “biblia” ocultista Isis sin velo -en realidad escrita a varias manos, y no en solitario por su autora oficial- se antoja “en verdad impresionante por la extraordinaria imaginación de Blavatsky y por su conocimiento de las publicaciones científicas de la época”. En efecto, el descubrimiento de los rayos X, la telegrafía sin hilo o la radiactividad y las teorías sobre el éter en boga a fines del XIX denotan mucha mayor influencia sobre el teosofismo que ninguna escuela espiritual, lo que queda bien de manifiesto en la verborrea cientifista que empapa por todas partes la farragosa prosa de sus seguidores. Destaca asimismo Lubelsky en qué contexto y con qué avales llegaron Blavatsky y Olcott a India: con una carta de presentación del Presidente estadounidense y un nombramiento de Olcott como emisario oficial del Gobierno por el Secretario de Estado. Es decir: lejos de descender del barco como heraldos despachados por aquellos espectrales e ignotos Guías Ocultos de la Humanidad supuestamente atrincherados en los Himalayas, “Olcott y Blavatsky constituyeron una delegación oficial destinada a ampliar los intereses de Estados Unidos en Asia”, y no otra cosa.
Los articulistas, participantes en un seminario sobre Af Klint organizado en 2018 en el Museo Guggenheim de Nueva York y que denotan no tener en mente la necesaria distinción entre ocultismo de un lado y hermetismo o esoterismo del otro, apuntan -en el marco del arte moderno, que sin duda es más su campo- posibles conexiones y coincidencias entre la obra de Af Klint, que como artista vivió aislada de los movimientos de vanguardia de su tiempo, con la de Kandinsky, Malevich y otros célebres pintores coetáneos suyos. La pertinencia o no de esos juicios es cosa que dejamos a los lectores de este libro sobre una figura interesante y aparentemente menor tanto del teosofismo como del arte de vanguardia, que podrán hacerse su propia opinión a partir de las muchas obras de Af Klint aquí reproducidas, muy elocuentes acerca de cómo, a menudo, las alucinaciones y fijaciones obsesivas se solapan bajo una estética naïf aparentemente inocente e “infantil”.
Siempre es de agradecer cuanta iniciativa editorial contribuya a traer hasta el presente aquellos ambientes decimonónicos, picarescos e inquietantes, en su momento intelectualmente demolidos por René Guénon y, luego, satirizados con benevolencia no exenta de ternura por Alexandra David-Neel y proyectar algo de luz sobre sus claroscuros victorianos.
Esas pinceladas enmarcadas de Af Klint, que nos sentimos inclinados a probar a cotejar con las -extrañamente tenebrosas- de Tagore… ¿Genialidad? ¿Anecdóticas simplezas no merecedoras de atención? ¿Meros balbuceos producto del automatismo espectral? Cada cual, como decíamos, forjará su parecer al respecto.