Dobleces
27 de febrero de 2021
JOAQUÍN ALBAICÍN
Georgi Markov fue, además de escritor, un exiliado búlgaro que en octubre de 1978, cuando llevaba ya tiempo participando desde Londres en las emisiones anticomunistas de Radio Free Europe, fue liquidado en el Puente de Waterloo, al lado de una parada de autobús, por el entonces novedoso sistema de pincharle en el tobillo con la punta envenenada de un paraguas. A los dos días, estaba listo. La operación, un clásico de la literatura y los manuales de espionaje, fue preparada por el KGB a petición de los servicios de Bulgaria y autorizada por el propio Khruschev, quien, como se apreciará, cultivaba un concepto muy personal sobre eso del “deshielo”.
Durante años su viuda Annabel concedió entrevistas pidiendo una investigación, responsabilidades, justicia… Para nada, por supuesto. Un poco como la viuda de Roberto Calvi, “suicidado” también en Londres en medio de las turbulencias desatadas en el seno del triángulo cuyos vértices fueron la P-2, Ali Agca y la desaparición de Emanuela Orlandi. Sólo hace poco, huelga decir que sin consecuencias para nadie, ha sido desvelada la identidad del asesino de Markov, un contrabandista italiano al que la policía secreta búlgara detuvo con las manos en la masa en 1970 y obligó desde entonces a trabajar para ella en distintos países.
Siruela ha publicado ahora Historia de mi doble, una novela suya que permite discernir entre líneas que el escritor se expatrió movido a ello un poco por lo que el protagonista de la misma llama “los despojos de mi conciencia”, es decir, el hartazgo de vivir en una sociedad donde casi todo el mundo debía aparentar en público pensar como no pensaba y en que los periodistas habían de escribir cosas como que Draga, troqueladora en una fábrica metalúrgica, una descerebrada que obraba como un autómata y a quien había que apagar la máquina para que comprendiera que la jornada laboral había acabado, era en realidad un ejemplo para todo el pueblo, una mujer -volvemos a citar de la novela- “imbuida de una noble conciencia cívica” que “entendía las necesidades del país y se esforzaba tenazmente por mejorar su propia cualificación”, que “se quedaba horas extra” y “en casa se empapaba de literatura técnica”.
Markov recibió antes de ser asesinado muchos avisos y toques de atención -telefónicos y verbales- de que se hallaba en peligro, como, en su obra, el jugador de cartas al que el efectivo o el crédito le van menguando los recibe de su intuición. La novela es, pues, la historia de un adicto al póquer, pero también una metáfora de la vida: en su momento, de la existencia en los paraísos socialistas y ahora, cuando éstos ya no existen y seguramente contra las previsiones de Markov, también del mundo occidental, en general fascinado por lo mediocre y en el que cuestionar que Fulanita sea un “hombre atrapado en un cuerpo de mujer” o Menganito una “mujer atrapada en un cuerpo de hombre” y memeces semejantes aboca al acoso social y el ostracismo profesional al incauto antes airoso y desenvuelto en ambientes con eco mediático.
En una de las novelas policíacas de Phillip Kerr protagonizadas por Bernie Gunther, un espía dice a éste:
-En nuestra profesión nadie es quien parece ser.
A lo que responde Gunther:
-En la Alemania nazi, no ser quien se es constituye para todos una manera normal de vivir. Se lo aseguro.
Cosa ya del pasado, los libros y el cine los totalitarismos del siglo XX, no creo que a nadie se le escape que, en el mundo globalizado, donde se oscariza al envidioso y al pelota con un celo y un impostado entusiasmo que nada tienen que envidiar a la Bulgaria comunista, el objetivo es que todos emulemos en ese sentido a Bernie Gunther.
Y es que en la vida, como en torno a una mesa de juego, hay que saber ocupar el lugar adecuado. “Nunca jugar ante más de un jugador desconocido ni ante espectadores”, leemos en la novela de Markov. A menudo, se nos alecciona en ella, para que un timo de granujas salga bien, hay que contar con la presencia o aval tácito de al menos un hombre honrado. O hay que jugar con más de una baraja, sobre todo en esa partida de póquer entre tahúres y esa estafa organizada que es la política. Ya para pasar desapercibido o para propinar con discreción una cornada tobillera, nada como un buen paraguas. Conviene no olvidarlo en este gélido invierno que, a la chita callando, nos está poco a poco cercando con un nuevo Telón de Acero como aquel cuyos constructores hicieron pasar a Markov, sin él pretenderlo, a los anales de la historia del espionaje.