PLATÓN Y LA AMNISTÍA
18 de noviembre de 2023
José Pazó Espinosa
La lectura de Platón es especialmente recomendable en estos tiempos tan llenos de conflicto, propaganda y olvido de la cuestión ética, esa que definitivamente se ha confundido con la cuestión moral, para espanto de las mentes discretas. Y entre las obras de Platón, convendría echarle un vistazo al Gorgias, un diálogo breve y ameno, pero tan contundente como un vaso de buen vino. O un mint julep, si se prefiere.
En el Gorgias, de forma sorprendente, habla Platón de Sánchez y la amnistía, además de una o dos guerras que nos cercan, pero nos quedaremos en esta ocasión con la relación con Sánchez, por ser la más cercana. Platón, ya se sabe, era un absolutista, no en el sentido político, sino en el filosófico: las cosas perfectas existen, pero son esencias, arquetipos entrevistos en el reflejo, a los que hay que tender. Para él, existía el hombre ideal –Sócrates–, y también existía el gobierno ideal, aquel que llevaban a cabo filósofos-reyes. No en vano, él era un filósofo, por lo que no extraña que introdujera el ingrediente de la filosofía en la ecuación del perfecto gobernante.1 Fuera de las sospechas que lo anterior pueda arrojar, su república quería unir el intelecto y el poder, o quizá mejor expresado, legitimar el poder mediante el intelecto. Es esta una legitimación extraña, muy orteguiana por otra parte, ya que la legitimación del poder ha venido tradicionalmente de dios (sea este singular o plural) o de las armas, y muchas veces de dios y de las armas. Hasta que se descubrió el voto de la mayoría como la perfecta legitimación, esa en la que actualmente estamos en Occidente.
Gorgias, en cambio, no era nada absolutista, sino lo contrario. Sofista de pro, creía en cosas diferentes: que nada existía y que, en todo caso, si algo existiese sería imposible tener una experiencia con eso que existe y mucho menos comunicarlo. Gorgias, por tanto, a pesar de la influencia budista de su postura, era un relativista: la realidad es algo a lo que hay que adaptarse, estando muy pendiente de sus continuos cambios. El éxito del ser humano está en su poder de adaptación. Sé que algún espíritu zumbón habrá ya pensado en el cambio climático y en por qué entonces queremos cambiarlo en lugar de adaptarnos a él con una sonrisa, pero no me dirigiré hacia esos viles señuelos en mi camino. Lo importante es que Gorgias, en una actitud por lo demás idéntica a la de nuestro presidente Sánchez, defiende la adaptación mediante la retórica, y los resultados que de ello se derivan.
Platón –que es una especie de Spielberg de la filosofía antigua, pero un Spielberg con un alter ego llamado Sócrates– le rebate entonces con artillería pesada, sacando a su maestro y amigo, y apretando el acelerador con el modo dialéctico. Pied au plafond, como decían mis amigos filósofos en las juergas nocturnas parisinas por las calles mojadas y deslizantes. Sócrates comienza a disparar a Gorgias con preguntas, hasta el punto de que este debe retirarse para ir dejando su lugar a otros sofistas que irán siendo derribados por el suicida más ilustre de la historia, Sócrates, quien con un tesón y un vigor casi juveniles, va acorralando a Gorgias, llevándole a tener que aceptar que la retórica per se solo puede llevar a verdades decorativas (como la gastronomía2) o egoístas (como la perpetuación en el poder).
En un momento dado de este debate, Sócrates, se fija en algo pertinente para el asunto catalán y para la amnistía. Es cierto que Platón no podía saber nada de Puigdemont y sus adláteres pues escribió su diálogo mucho antes de la rebelión de las urnas caseras, pero algo debía de haber entrevisto en el fondo rugoso de su caverna. Porque Sócrates le hace a su interlocutor una pregunta muy simple: ¿Qué es peor, llevar a cabo un mal, o sufrirlo? Por supuesto, su interlocutor se apresura a afirmar que es mucho peor sufrir el mal, pero Sócrates, como no podía ser menos, se apresura también a contradecir a su contrincante y a afirmar de forma rotunda y tajante que hacer un mal es mucho peor que sufrirlo.
De repente, uno se encuentra en una disputa interna y a la vez conceptual: ¿a qué nos estamos refiriendo cuando decimos que algo es un mal? ¿Y con “es peor”? Sócrates se apresura de nuevo a responder: un mal es algo que rompe el equilibrio, que lleva a sufrir a otro; algo peor es algo que nos menoscaba personalmente. Hacer el mal, en ese sentido, es peor que sufrirlo porque nos hace más daño. Nos hace más daño porque al hacer el mal nuestra esencia ética, nuestro ethos se ve menguado y menoscabado, mientras que si sufrimos un mal nuestro ethos queda intacto. No somos mejores o peores porque nos pasen cosas malas, pero sí somos peores si infligimos en los otros cosas malas. Es decir, hacer el mal ensucia, empeora, cambia lo que somos, mientras que recibir el mal no cambia lo que somos. Y alguien puede preguntarse, ¿y qué tiene esto que ver con Sánchez y la amnistía?
La revuelta catalana, fue un ataque unilateral a la situación social del estado de España, a su estructura y su equilibrio. Se hizo, mediante votos no regulados, buscando la legitimación de una declaración de independencia mediante las urnas. Es difícil que la legitimación divina o la de las armas sirviera hoy a los grupos independentistas para esos propósitos. Pero también es es difícil que los votos legales de los independentistas valieran, ya que en las elecciones oscilan entre un 20% y un 30%. Es decir, los grupos independentistas optaron por la unilateralidad en un escenario democrático, rompiendo las reglas del juego y su equilibrio, fuera este precario o estable. Para ello, usaron medios económicos torticeramente, así como recursos del estado, humanos y también económicos. Por ello, fueron juzgados. Veamos ahora el equilibrio gorgiano, o socrático, de lo que ocurrió: por un lado, los grupos independentistas hicieron un mal a la sociedad española en general, al romper el marco constitucional; por otro, la sociedad general y el estado sufrió ese mal. En el cómputo ético, los grupos catalanes pasaban a ser peores al llevar a cabo algo malo, mientras que el estado no variaba.
Platón, o Sócrates, son claros en el sentido de la restitución. Si alguien ha producido un mal ha en consecuencia empeorado, y para volver a su posición inicial debe sufrir un castigo que devuelva el equilibrio. No se trata de un castigo retributivo (no solo está en juego el placer o el consuelo del que sufrió el mal y ahora recupera lo que le fue arrebatado), no se trata de esto. Se trata de mejorar al que empeoró, al que llevó a cabo el mal, para que mediante el castigo vuelva a ser lo que era antes. Según Platón (o Sócrates), los independentistas, al ser castigados, retornan a su ser anterior a la revuelta, y limpian el mal que hicieron. Ahora bien, ¿qué ocurre, en este ámbito socrático, si son amnistiados? Pues lo que ocurre es que siguen siendo malos, que no limpian su mal. El estado (o el gobierno, o un partido, o una persona) no pasa a ser mejor o peor, puesto que no empeoró al sufrir el mal, ni mejora ahora con la amnistía. Sin embargo, al que produjo ese mal se le quita la posibilidad de redención personal, con lo que el empeoramiento ético que tuvo no se ve recuperado.
Que Sánchez o el PSOE amnistíe a los independentistas juzgados y condenados no mejora el estado español, no lo hace éticamente mejor, ya que el estado nunca empeoró por los hechos que tuvieron lugar. Sánchez no mejora, no gana nada ético, fuera de llegar a ser presidente. El estado español no pasó a ser peor al sufrir la rebelión independentista. Sin embargo, al ser amnistiados, al eludir la pena que la justicia les impuso, los independentistas catalanes perpetúan su propio menoscabo, igual que lo hace cualquier amnistiado o indultado por delitos económicos y de corrupción. De alguna forma, igual que estos últimos, la realidad es que los independistas catalanes juzgados, al ser amnistiados, pasan a ser éticamente peores.
1 Este asunto de los reyes filósofos me trae a la mente un artículo de Juan Benet, en el que se ofrecía para ser tutor del entonces príncipe Felipe, en su formación hacia la corona. Más de uno nos habríamos felicitado si algo así hubiera tenido lugar, y nos preguntamos cómo sería el rey actual.
2 Esto es muy pertinente, porque ya está bien de cocineros estrellas y estrellas para cocineros, que están produciendo un hartazgo difícil de digerir.