¡DETENTE, BALA!

¡DETENTE, BALA!

30 de diciembre de 2024 0 Por Ángulo_muerto
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JOAQUÍN ALBAICÍN

Acechados como vivimos aquí, donde Pedro en el País de las Saunas, por hordas vociferantes de pederastas, meretrices, coimos, bujarrones, paniaguados, abortistas y demás trileros y chantajistas de manual con espuma en la boca y con los fustazos dialécticos de Coto Matamoros en Youtube como casi única señal de que el mundo un día fue normal, llevo un tiempo sopesando si hacerme carlista. Me refrenan sólo dos cosas. Por un lado, dado el acendrado catolicismo en ignición en las filas de la boina roja, ignoro si en ellas se concede la misma importancia espiritual que a Roma al hinduismo, la ortodoxia rusa, el budismo, el islam, la Iglesia Asiria, el bön,… Me da que no, lo cual mete palos entre los radios de mi cavilación requeté. Por otra parte, Don Sixto no se ha casado nunca, gesto a mi juicio demasiado excéntrico en quien aspiró a sentarse en un trono. Porque querer ser Rey y no casarte, es como soñar con ser torero e irte a vivir a Austria. Esa rama está seca, pues. En cuanto al heredero de la otra, la de su hermano, la del socialismo autogestionario, aparte de lo poco que me seducen todos los colectivismos, el heredero se ha casado con una plebeya, con lo que ha acabado de joder o, al menos, de dejar previsiblemente tocado del ala el árbol genealógico. Y es que, para eso, más vale malo conocido, como suele argüirse…

Una pena, porque aún recuerdo con simpatía e hilaridad aquellos carteles electorales con la Cruz de San Andrés con que fueron empapeladas las calles de la Transición anunciando al pueblo la existencia de: “Un líder obrero: el Príncipe Carlos Hugo de Borbón-Parma”. Su asimismo obrera -y lideresa- esposa era la Princesa Irene, hija de los Reyes de Holanda. Un obrero Príncipe o un Príncipe obrero nunca me han dicho nada, claro… No entiendo eso de que un Rey “trabaje”. Sólo gracias al paso del tiempo y dado el cenagal en que ha terminado esto por coagular, me he dado al fin cuenta de que aquella quizá era, al menos por surrealista, la mejor opción posible.

Comprenderán, por tanto, que siga sacudido por vacilaciones más que de peso a la hora de dar ese paso de alistarme en un Tercio y echarme al monte… o no.

Menos mal que nos queda el carlismo de la leyenda, el de los libros y los himnos, el de los bosques, el de las misas con olor a incienso y sabor a pacharán, el de las cargas de caballería acaudilladas por abanderados de abolengo, el de -en suma- Valle Inclán, de quien Alba Editorial ha publicado en un solo tomo los tres títulos de La guerra carlista. ¡Y redondeando el trasteo, además, con dos magníficos relatos de la misma cuerda: Una tertulia de antaño y La corte de Estella! Ese carlismo nos queda, señores. El del Marqués de Bradomín, a quien retrató Foxá en el arranque de Madrid de Corte a checa arengando a los estudiantes a la puerta del Ateneo, ese legitimismo suyo escrutado y crisopeyado a través del prisma de la lámpara de Aladino, con un Don Carlos casi como que primo hermano de Hércules y una Roma papal imaginada con los aromas y puestas de sol de Benarés o Bagdad. Hace ya bastantes años fui con Javier Castro-Villacañas y Javier Esteban a ver en el María Guerrero -en el palco vecino al nuestro, José Maya- la representación de las tres Comedias Bárbaras en una sola velada, del tirón. Había que echarle dos pares, y lo hicimos. La función, esplendorosa en gritos, bravatas y juramentos, duró unas ocho horas y salimos todos de allí con un palizón, molidos a estacazos pero con las pilas bien puestas, casi casi voluntarios del Rey Don Carlos y cantando el Oriamendi.

Y es que, como lógico complemento al dicho de Don Quijote de que un caballero sin dama viene a ser un árbol sin hojas, bien lo sentencia Bradomín: “Un pueblo sin Rey es como una mujer sin marido. ¡Una cosa tonta!”

Obvio es que por Reyes viene a cuento regalar cosas de Reyes, por lo que, lo mismo que no debe faltar en las cartas a SS. MM. de Oriente nuestro ensayo Plata en las manos, es La guerra carlista obsequio que lucirá que ni pintado en las manos y las alforjas de Melchor, Gaspar o Baltasar. Y el momento es ahora, cuando aún no se ha extendido la orden del Gran Hermano de reescribir a su gusto los libros del pasado y la trilogía de Valle Inclán se encuentra todavía tan maravillosamente libre de vocabulario inclusivo como nuestro samizdat dedicado a la gran estrella de la guitarra gitana que fue Manitas de Plata,.

Cierto es que ya no pasean por la Gran Vía capitalina o la Plaza del Castillo ni Carlos Hugo ni Irene, ni el de la pistola de Montejurra, ni un Sixto sin heredero y ya sólo en forma para brindis y comilonas en homenaje a la nostalgia, pero siguen cabalgando por las florestas del alma Don Juan Manuel de Montenegro, Cara de Plata, el Cura Santa Cruz… Como sigue viva la Marquesa de Galián, interesándose en la antañona tertulia por el paradero de Bradomín:

-¿De dónde ha salido ese viejo Don Juan? ¿Qué hace ahora?

Y la Duquesa de Ordax contestando al punto:

-Creo que conspira.

¡Conspirando! ¡Qué pena, ah, que el carlismo ya no conspire, justo cuando tanta falta nos hace emplumar y embrear a esa ex ministra que jura a grito pelado ver mujeres con pene andando por las aceras! ¡Ah, los látigos de los Bradomines! ¡Cuán necesaria es ahora una conjura por Dios, por la Patria y el Rey! ¡Un resplandor de la hoguera! ¡Unos cruzados de la causa! ¡Una tertulia y unos gerifaltes de antaño! ¡Pidámoslo, sí, todo a los Reyes Magos! ¡Adelante, mis valientes! ¡Detente, bala!