SEPTOLOGÍA

SEPTOLOGÍA

2 de octubre de 2025 0 Por Ángulo_muerto
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Iván Cantero

Cuando Fosse fue anunciado como ganador del Nobel en 2023, se respiraba cierto alivio en la habitual polémica del fallo: esa vez no había fallado y se otorgaba a alguien del que se convenían méritos suficientes. Pero no terminaba de despertar esto un gran entusiasmo, siendo ya un autor editado en nuestro país por Deconatus y favorito de muchas quinielas para el premio, y solo pude entenderlo cuando acabé Septología: es la gran ficción secular más católica que ha pasado por mis manos, muy por encima de El Quijote, Señor del mundo o La Regenta; cuestión que iré desgranando entre todo lo demás. Alguien dijo que era la historia de «un pintor que habla con Dios», pero se queda demasiado corto.

Se trata de un pulpo narrativo con el Adviento de un año indefinido del siglo XX por cabeza, para orlar una historia de espera y preparación. El protagonista es un pintor al borde de la jubilación (si es que eso es posible para un artista), que navega por todos los planos y dimensiones propios y ajenos de lo que ha formado parte de su vida, reflejando de paso algunos aspectos fundamentales en la biografía del autor, como su precocidad, su propio aspecto físico o su salida del alcohol tras convertirse al catolicismo por intercesión de la que sería su mujer. La Providencia deja bien claro que su infancia no pudo ser otra para poder ser él, con sus pecados originales más o menos inocentes, pero el resto queda en el aire para cuando tiene verdadera voluntad. La temporalidad no existe, por eso no se sugieren referencias claras y Fosse elige la Natividad en lugar de la Resurrección como horizonte de la narración y para urdir sus alegorías trascendentales. Diríase más bien que todo es difuso para el narrador excepto los puntos que utiliza dentro de su casa para construir perspectiva, incapaz de orientarse a pie en parte ninguna porque durante sus tránsitos entra en combate lo real con la visión, lo que es con lo que no, con lo que fue y con lo que pudo ser, cambiándolo todo a cada paso.

El protagonista desprecia la estética y la sensualidad como potencias esenciales en la pintura. Sin renunciar a lo figurativo, está obsesionado más bien con sus atributos invisibles, como la superposición y la proyección, exigiendo a la obra de arte un profundo espíritu artesanal que contenga su propio patrón de manera explícita: el cuadro debe ser imagen de día y su propio negativo en la oscuridad, contener en sí mismo el origen y el fin, atributos pictóricos y fotográficos.

En lo formal, Septología es una obra en la que Fosse retuerce y lleva al extremo el concepto de novela subjetiva hasta la omnisciencia, convincente en esta dimensión sin recurrir a ningún trampantojo de fantasía; urdiendo una narración espiral, cíclica y expansiva, donde todos los diferentes libros que barajan las visiones del narrador comienzan con un éxtasis y terminan con una oración… Éxtasis con un guiño especial, ante una inconsciente cruz colorada de san Andrés pintada sobre lienzo blanco, que corrida sería la de Borgoña, símbolo de la nación preeminente que salvó a la Iglesia en las guerras allá por Trento o Lepanto; y también del caballero invicto, que más bien aquí recordamos idealista con triste figura, enfrentado al icono de las aspas en un molino de viento. Como buen nieto de Faulkner, reutiliza la Yoknapatawpha de Trilogía, se diría que incluso los mismos personajes rotados de época, ensanchando su universo con más hasta explicitar que entre ellos gastan nombres parónimos, en un tropo estilístico de desdoblamiento mucho más delicado que el de la dinastía fundadora de Macondo; variando todos en torno al del protagonista, Asle, que en noruego significa asno… y colonizado como estaba por las canas, bien podríamos traducir como rucio, otro guiño quijotesco. ¿Qué más necesitamos para afirmar que la voz principal no habla con la divinidad, sino que más bien narra desde ella? Historia de lo que fue y no fue, de lo que será, de lo posible, de los porqués, de las advertencias por reflejo y perturbación, de los carismas imperturbables, de las oportunidades perdidas, de los ángeles custodios, de lo ineludible, de la redención, de la soledad del cristiano… No nos equivocaremos si decimos que el verdadero centro de Septología es el propio Dios.

Epifanías aparte, Fosse consigue contar todo esto en una prosa asequible para cualquier lector, sin apearse de una excelencia narrativa capaz de convertir en arte lo rutinario e incluso conversaciones banales que se inician o se prolongan a desgana, sin interés… Poniendo en valor estos esfuerzos tan poco apreciados hacia el prójimo, y sosteniendo, como García Pavón, que los pueblos son libros y las ciudades, periódicos mentirosos. Septología es una excepcional novela; también para reconciliarse con la literatura exótica, lo trascendente y los galardones literarios.