OSTALINDA EN LA UNIÓN

OSTALINDA EN LA UNIÓN

13 de agosto de 2025 0 Por Ángulo_muerto
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JOAQUÍN ALBAICÍN

Foto: @ Festival Internacional del Cante de las Minas

¡Ostalinda Suárez! No hace mucho del estreno de su Acaná en el Teatro López de Ayala ni de la magnífica entrevista que para nuestra revista Cultural Flamenca Extremeña concedió al siempre sutil Justiniano. Ha pasado, sí, bastante más tiempo, aunque a mí me parezca que fue ayer, desde aquella reunión de amigos en Berlín y en la que, en la terraza de un bar, de madrugada y tras una intensa rueda de actuaciones en la Haus des Kulturen der Welt, a los alternantes nos leyó el futuro en las líneas de la mano Regina, una superviviente del campo de concentración de Jasenovac, cochoflo del que principalmente recuerdo los ojos asombrados de ella y de su hermano Paquito, ambos aún casi niños.

Ahora Ostalinda Suárez -algo lejana ya, decía, aquella noche en que, como en tantas otras, su madre Ana Montaño nos había emocionado a todos en el teatro entonando Djelem, djelem– ha triunfado en la Unión -de rojo encendido en la primera actuación, de ópalo blanco en la segunda- sacando de la lámpara maravillosa de su flauta travesera una cartagenera en collera con taranta, más una primorosa Flautasía Flamenca. De formación irreprochablemente honda, está también Ostalinda muy empapada de la música gitana del Este, pues no en vano ha sido y es solista de la European Romani Symphonic Orchestra dirigida por su padre, el gran Francisco Suárez. De ahí que sus melodías suenen también a boda en Macedonia y a zoco tunecino, beirutí, estambulí o cairota, con el encanto oriental de natural asociado a instrumentistas como Hanine El Alam o Mehtap Demir.

Comenzó su carrera a tierna edad en escenarios muy importantes de Italia de la mano del autor de sus días y de Santino Spinelli. Yo, como contaba, la recuerdo por aquel entonces en Berlín, apenas salida de la infancia, ya triunfadora y con ese aura temprana de los destinados a algo. No me ha sorprendido, pues, que los guardianes de los tesoros de las minas, esos gnomos sensibles al hechizo divino de la música, hayan sido propicios a las dotes y aspiraciones de esta artista nacida en la venerable Ruta de la Plata, en la Zafra de la feria gitana de caballerías, el mercado de esclavos y la plaza de toros con solera.

Su paso por La Unión ceñida por tan alquímicos colores como el rojo y el blanco da fe de que aún existen artistas de verdad, es decir, almas que no han perdido el poder de desconcertar o, más bien, de conmover y, más aún, de iluminar con su elegancia, don escénico y duende los meandros de nuestras vidas. Y que, además, no necesitan de más jurado que el del corazón y el sentir.

Todo pasa y todo queda…