
HERRAMIENTAS DE SALVACIÓN
21 de enero de 2025
JOAQUÍN ALBAICÍN
¿Quién en su sano juicio podría pensar que el rumbo de la Transición nos llevaría hasta las costas donde crece el árbol del pan, cuando en el 75 se apoderaron del timón del bajel no los comensales honestos y asistentes a lo de Dionisio Ridruejo en el Mindanao, sino los arribistas, trepas y mediocres, emboscados de profesión sin más objetivo que recuperar para sus bolsillos y multiplicado por trillones el precio pagado por las almas de buena fe por aquel cubierto? Trump, leo hoy a alguien, entiende la política como una gigantesca operación inmobiliaria. Pero, ¿acaso los demás -perfectos exponentes cada día más conseguidos, no sé si gracias a la inteligencia artificial o por méritos propios- de eso que mi amigo José Racero ha bautizado con perspicacia como el niputaideísmo, la conciben de otra forma?
En este presente donde, como advirtiera y vaticinara Lupasco, lo aberrante juega “un papel ineluctable y funcional en la creación estadística de los acontecimientos”, no nos salvan, no, los Gobiernos. ¡Y menos aquí! ¿En virtud de qué estado de enajenación podría esperarse tal cosa? Nótese que a lo largo y ancho de la geografía y la historia han existido presidentes puteros, ministros transeúntes por tal y cual acera de los vicios vergonzantes… Todo a discreción, por supuesto. ¡Pero en secreto! Salvo en una Ucrania con, al menos, un ministro en esa pomada, nunca se había dado el caso de que, como hoy sabemos, una familia presidencial regentase como negocio doméstico nueve lupanares, a fuer de una sauna en la que propiciar vaporosos encuentros furtivos y pagados entre petronilos. Por eso, cuando el otro día me enteré de que la cabeza visible de ese Gobierno se hallaba de visita en la tierra sagrada de India, mancillándola con sus pies, dije a un amigo arqueólogo: “A ver si hay suerte y le entra un tigre de Bengala en la habitación”…
Al día siguiente le saltaba a la pechera en un hotel de Delhi la tigresa Delcy y menos de una semana después se veía compelido a huir de Fuenteovejuna, que no descuartizó al Comendador de pega sólo por haber la policía tomado antes la prudente medida de despejar de indignados la zona, dejándolos reducidos a un contingente manejable. Así que acerté con mi ojalá y mi oráculo, aunque debí, lo reconozco, afinar más el tiro. ¡Apuntaré mejor la próxima vez!
¡A lo que íbamos! En un mapa político más consolidado cada día que pasa como red de territorios vasallos de Sodoma no nos salvan, pues, ni del avance de Apofis por la Vía Láctea, ni del desamor, ni del cambio climático, ni de los depredadores de la usura ni de nada de nada esos negocios privados que son los Gobiernos. ¡Nos salvan otras cosas! ¿Cuáles? ¡Tomemos nota! Nos salva -por descontado- la lista de material de primeros auxilios que desde hace dos artículos -con este, tres- venimos proporcionando. ¡Nos salvan indiscutiblemente los dioses! Nos salvan los Siete Enanitos al cerrar filas con el Príncipe para despertar a Blancanieves. Y nos salvan efemérides como el regreso de los toros a Fuente de Cantos, con el novillero Pedro Herrera desafiando desde la silla del Gallo a los clarines del miedo. Nos salvan el bingo, la bonoloto, la primitiva, el euromillón…
¡Y no sólo esto! Nos salva, a título íntimo, la lectura de las memorias de -y ensayos sobre- aquel Serrano Súñer que a título general salvó al país en Hendaya y estuvo en el Mindanao, visto por Hugh Thomas como un “dandy de canas prematuras y ojos azules”. Nos salvan a diario, con el café con porras de la mañana y la copa del atardecer, los camareros y camareras con sentido del humor y buena sombra. Nos salva gastar el tiempo libre -si es que para un escritor o cualquier otro artista existe alguno que no lo sea- en estar reír y comer con la mujer, echar ratos con los amigos y cuidar del jardín, que es en el fondo una forma de oración, pues, ¿acaso no son regar y rezar verbos distinguidos entre sí por nada más que una letra?
Nos salva que Clint Eastwood patrulle las calles. ¡Y que las patrulle también Kojak! Porque, tras ver cualquiera de los viejos -mas en absoluto envejecidos- episodios del gran serial del que es protagonista, no sólo concluye uno que pocos policías de Nueva York han vestido con su donaire. También -en particular, disfrutando del titulado Uno para la morgue– barrunta que, de haber más griegos en la policía, los dos atentados contra Trump habrían sido evitados. Y, ¿qué nada se le hubiera perdido a Richard Gere de no haber intentado secuestrar en El cumpleaños a la sobrina de Theo Kojak? ¡En la vida se habría comido un chupachups ni un bombón helado en la industria del cine! Pero salió en uno de Kojak y… ¡Ahí lo tenemos, señores! ¡Merendando con el Dalai Lama! Que lo mejore quien pueda…
Nos sigue salvando, amigos, que Rhett Butler maneje las riendas y conozca el camino para escapar de la Atlanta en llamas. Nos salvan -¡qué jugada maestra!- los papeles de Laos. Y nos salva, aparte de Aubrey de Grey, nuestro científico de cabecera, una Liz Parrish que, lejos de poner puertas al campo y limitarse a investigar terapias génicas de cara sólo a la galería y a la subvención, es su propio cobaya y las experimenta en carnes propias, habiendo su persona pasado, gracias a ello, de tener cincuenta y tres a lucir sólo veinticinco años de percha. No nos salvan, desde luego, esos laboratorios que la acusan no de fraude, sino del empleo de terapias… patentadas por ellos. ¿La Eterna Juventud, patentada y oculta a buen recaudo? ¡Bien hecho, Liz!
Nos salva leer en el porche a Guénon y -otra vez, sí- a Serrano Súñer y, ya en el dormitorio, volver a los cuentos de hadas y a Yo, Claudio. Nos salvan Raimundo Amador y Juan Maya Garabato acompañando a la guitarra a Björk en So broken. Nos salva repasar gracias a Youtube las numerosas intervenciones televisivas de Antonio Piñero, seguidor como nosotros de Robert Graves, poniendo puntos sobre íes en todo cuanto toca a los orígenes del cristianismo. Nos salva saber a resguardo el cronovisor del padre Ernetti. Nos salva vivir a rachas sin salir de casa, como los Roper. Nos salvan las novelas de espías de Charles Cumming y la flor en el ojal de Nehru. Nos salva -o, al menos, entretiene- la fe de Javier Sierra en que, en 1947, varios extraterrestres se estrellaron con su nave en Roswell, Nuevo México. Nos salva el visionado de la emisión, conservada por TVE, del primer paseo del hombre por la Luna una noche que recordamos granulada y narrada por una voz espectral. ¡Y nos salvan las tardes al piano de Paco Suárez en el Hotel Huerta Honda de Zafra!
Nos salvarían, a buen seguro, también las películas de Lino Ventura de no ser porque en Youtube no se encuentra ni una sola de ellas doblada al castellano. Y de igual modo nos salvaría el cine ruso si sus actores no hablaran en Youtube, casi por norma, con acento paisa o chilango, pues ya nos hemos olvidado de que casi todas las series que veíamos en nuestra infancia venían dobladas de Venezuela y tampoco vamos a pedir peras a los olmos en que a estas alturas nos hemos convertido.
Nos salva el descubrimiento por Emanuele Arioli de Segurant, un caballero de la Tabla Redonda cuya existencia nos era desconocida. Y es que resulta en verdad escarnecedor para el alma que miles de manuscritos artúricos sigan sin ser estudiados, en tanto millones y millones de euros son dedicados a la imposición de las satánicas políticas de género y a la manutención del ritmo de vida pervertido y yeyé de los psicópatas que las alientan. Nos salva pensar en que Graham Greene -así se lo escribió a Ian Gibson- creía que a Lorca lo mataron los militares por creerle al servicio simultáneo de dos de sus enemigos: los falangistas y los rojos. Nos salva el abogado del Lincoln enseñándonos a no darnos nunca por vencidos. Nos salvan Soloviov y Vinogradov, los cosmonautas que en el 97 se ocuparon de la reparación urgente de los sistemas de oxígeno de la estación espacial MIR donde, siete años antes, había visto la luz el primer terrícola nacido en el espacio exterior: una codorniz.
¡Nos salva siempre la Rusia zarista! Por eso, todavía en 1982, los aficionados asiduos al Hipódromo de la Zarzuela sabían perfectamente que, pese a montar Carudel a Libor, el favorito en el Premio Arizabalo no era otro que Zarevitch. Nos salva la revisión en las hemerotecas del diario Pueblo, donde hizo prácticas Pío Moa -a quien en la redacción llamaban Pío Mao– en los días en que Raúl del Pozo seguía al Cordobés y al Luis Miguel reaparecido y Juan Maya, el Lord Dunsany del Barrio de las Letras, ya solía desayunar en el bar de enfrente. Nos salva la cruzada contra el Mal con mayúsculas de Coto Matamoros, con ese no impostado, sino natural guiño a Kojak personalizado con un tatuaje maorí. ¡De categoría sus mano a mano con Manuel García-Munté en El Mundo por Montera! Nos salva el manuscrito hallado en Zaragoza, capital del país de los Gomélez. Nos salvan Camarón, Chocolate y demás perros de rehala curtidos, leemos, en las monterías de Carrascalejo, provincia de Cáceres. Nos salvan las balas de plata. ¡Nos salvan por los siglos de los siglos, pero sobre todo en Navidad… ¡Han Acertado! ¡Sí! ¡Nos salvan los villancicos! Ande, ande, ande… ¡Felices Fiestas con retraso! ¡Volveremos!