TECNOPOLÍTICA
16 de enero de 2023
Guillermo Mas Arellano
La Modernidad se funda en un presupuesto: el hombre es el que domina el mundo y puede disponer de él a su antojo. Con sus catastróficas consecuencias para la Naturaleza y la comunidad humana, desde la Reforma protestante en adelante. Sólo que el siglo XX evolucionó hasta permitirnos entender que la máquina había sustituido al hombre en ese proceso. Es el inevitable devenir de la técnica: “El destino de la verdad de lo ente en su totalidad”. Todo ello coincide con la crítica que Martin Heidegger realizó al respecto en su conferencia de 1953 acerca de La pregunta por la técnica. Partiendo de postulados muy similares, en ciertos aspectos, a la noción de biopolítica que Foucault desarrollaría décadas después, Heidegger descubre que detrás de todo proyecto técnico existe una clara intencionalidad política. Aunque todos los objetos creados por el hombre están orientados hacia un fin concreto, al que nosotros le damos el nombre de “utilidad”, la esencia de esos mismos objetos, que es inherente a ellos y se desprende de la concepción política de quienes han construido el objeto, sobrepasa con mucho la noción de utilidad, para imbricarse dentro de una visión más amplia de la realidad: algo así como una “tecnopolítica”. La técnica ya no es un medio para un fin realizado por el hombre; en su lugar, ha evolucionado hasta un modelo de transformación, consumado a través de las propias máquinas, de imposición de su lógica sobre la lógica humana y afectiva. En consecuencia, la noción antaño compartida que suponía la esencia de lo humano se encuentra en este momento en grave peligro.
Las máquinas se han convertido en sujeto de la historia. Son las máquinas quienes producen máquinas, y a cambio los hombres venden dicho producto a los hombres, por medio de la publicidad. En ese sentido, como considera Günther Anders, las dos guerras mundiales son una consecuencia del avance de la técnica. Más aún: su gran legado no es político, ni social, sino técnico. El desarrollo de la cibernética, nacida de los rescoldos de Europa tras la gran pira europea en forma de conflicto entre hermanos, se eleva como el acontecimiento más determinante del siglo pasado. Desencadenando un nuevo panorama tecnopolítico. La Tercera y la Cuarta Revolución Industrial han tomado el relevo de las dos guerras mundiales en la Historia. Generando un “desnivel prometeico” entre lo que se consume y lo que se produce. En consecuencia, usamos lo que tenemos a nuestra disposición, como evidencia el ejemplo de Hiroshima. Que tengamos armas nucleares significa, siguiendo esta lógica maquinal, que en algún momento las usaremos, como en efecto ya hemos hecho. No hay que olvidar que la lógica industrial estuvo detrás de Auschwitz, por motivos similares: concebir la vida según el principio de utilidad hace que entendamos todo lo vivo, tanto a la Naturaleza como a los hombres que forman parte de ella, de manera similar a una materia prima explotable; incluso cuando lo que se produzca, como en el caso del Campo de Exterminio, sean cadáveres, siguiendo el mayor principio de eficiencia posible. En un estadio posterior y post-industrial, hemos transitado de la fabricación militar de armas sin piloto, los famosos drones, a la fabricación civil de medios de transporte sin conductor, los célebres coches automáticos, cada vez más cercanos a su implementación cotidiana.
Igual que ya supieron ver dos neo-paganos y neo-románticos, si es que la separación existe, como Knut Hamsun y D.H. Lawrence, no hay diferencia entre socialismo y liberalismo, en ese sentido. La Modernidad se mueve, con respecto a la técnica, en un sentido idéntico: favoreciendo la estatolatría o, en su defecto, el avance post-industrial al servicio de alguna gran empresa privada. La apología de la técnica tiene lugar en ambos casos, como evidenció la así llamada Guerra Fría a través de sus dos contendientes: los EEUU y la URSS. Cuyo resultado es ARPANET, proyecto militar ensayado en California del que nacerá Internet. La carrera espacial es un buen ejemplo de ello. Solo que con el paso de las décadas, la desmaterialización de las máquinas se ha hecho evidente: el desarrollo la nube, la implementación del metaverso, los microchips… Hacia un fetichismo inorgánico de la mercancía. Como se apunta cada vez de manera más insistente, el objetivo consiste en transformar lo que ahora es una extensión física de nosotros, el smartphone, para que pronto esté incluido en nuestro propio organismo, de forma que la realidad virtual se confunda con la propia materialidad del mundo, al menos según nuestra particular percepción de él.
Lo contrario a cualquier noción de eternidad o trascendencia es la lógica capitalista de la obsolescencia programada. Donde el pasado transita de la perennidad a la fluidez. La utilidad ha sustituido al sentido a la hora de regir nuestra vida; debemos hacer cosas útiles, valorables desde el punto de vista de la cantidad y no de la cualidad, en lugar de acciones con sentido. Los productos no sólo son sustituibles, sino que con frecuencia son sustituidos, especialmente si la temporada es de rebajas; se asume, así, la destrucción y el reemplazo como algo natural para favorecer la producción y el consumo, con su consecuente repercusión en las otras facetas de nuestra vida: la obsolescencia programada también en el ámbito de los afectos. Cortesía de la sencillez de Tinder y la inmejorable compañía del Satisfyer. Cuanto más inteligentes son las máquinas, menos lo somos los hombres; cuanto más comunicados estamos desde el punto de vista técnico, más incomunicados nos encontramos desde el punto de vista social.
La lógica cultural también se ha vuelto, en ese sentido, lógica de consumo. Usamos términos relativos a la producción para referirnos a la creación artística y a su recepción por parte del público. El Espectáculo que actualmente domina las manifestaciones culturales que acaparan la atención de la mayoría de dicho público ha ganado presencia en nuestras vidas, gracias al acortamiento de los procesos de producción, que en buena medida adopta y hasta amplía la lógica de consumo. Una vez más, es la ficción quien mejor ha anticipado las consecuencias sobre lo humano de este trascendental cambio histórico. El cyberpunk ha plasmado con más precisión que nadie las posibilidades de resistencia frente a dicho proceso. Mientras que Theodore Kaczynski fracasó en su intento por alertar a la sociedad, valiéndose de métodos delirantes; y nociones como la del “emboscado” de Jünger resultan cada vez más difíciles de aplicar, en este horizonte de “movilización total”; se hace necesario “cabalgar el tigre”, usar la máquina contra la propia máquina, revertir la intencionalidad de la actual tecnopolítica y sustituirla, a cambio, por otra. Algo todavía posible, según han señalado Nick Land o Guillaume Faye, en un horizonte “multipolar”, tal y como lo denomina Aleksandr Duguin, en el que aparecen nuevos actores relevantes sobre el mapa geopolítico mundial. Un ejemplo de ello es la China post-comunista: con sus peligros y sus oportunidades ínsitas.
Insignes escritores de nuestro tiempo como William Gibson, J.G. Ballard, Bruce Sterling o Neal Stephenson lo supieron ver antes que nadie: los hackers y sus equivalentes son los héroes que luchan contra el Imperio de la técnica desde dentro. La desmaterialización definitiva del dinero, que está en marcha y puede consumarse antes de lo que pensamos, con su consecuente oposición por parte de los partidarios del Bitcoin y otras monedas similares, de difícil regulación según los parámetros de la estatolatría y la “silicolonización del mundo”, es otro campo de batalla más. El mundo dibujado en los años 80 por ficciones como Blade Runner (1982), sobre un relato de Philip K. Dick, se ha sobrepasado con creces. La distopía ya está aquí y no podemos seguir cerrando los ojos ante dicha realidad; la lucha por el imaginario es, antes que nada y por encima de todo, una lucha por el dominio de la tecnopolítica.
El viaje de lo natural a lo artificial acaba, con lo que tenemos sobre la mesa, en la nanotecnología. Donde la biología, el domino de la Naturaleza y la producción se confunden de manera generalizada. Ni el teísmo ni el humanismo, si es que la separación existe, están en condiciones de hacer frente a este horizonte con argumentos moralistas. Por favor, seamos realistas. El conservadurismo que pretende detener las cosas en el instante que más conviene es propio de un idealismo ilustrado que resulta totalmente nocivo para nuestra capacidad de acción. El capitalismo de la vigilancia, con sus técnicas de represión en lo político, lo social y lo afectivo, como apunta Land, se mueve en ese mismo ámbito de control iluso: “La fusión de las fuerzas armadas con la industria del entretenimiento consuma un largo compromiso: TV convergente, telecomunicaciones y ordenadores empujan al consumo masivo de software hacia el neojungle y la guerra total. La manera en que funcionan los juegos empieza a ser completamente relevante y el ciberespacio se torna en una superlativa cámara de tortura. No dejes que los de seguridad se hagan con el control de tu estimulación”. Los fallos en el sistema, que cree tenerlo todo controlado, son evidentes. El estado de excepción y la disidencia controlada (y/o estimulada) componen un campo de minas de imprevisibles consecuencias. Más pronto que tarde llegará el colapso, según los augurios aceleracioncitas que garantizan batallas tribales y el oropel propio de un festival post-apocalíptico. Bienvenidos a la jungla digital.