YOGA PARA TODOS, TODAS Y TODES
19 de junio de 2022
Joaquín Albaicín
Preguntado por si, en trance de elegir, se quedaría con Jesús o con Buddha, respondió un día Fernando Sánchez Dragó que con el segundo, por tenerle como más cercano a su sensibilidad y porque su figura «no ha sido tan diabólicamente manipulada como la de Jesucristo». Transcurridos veintiséis años desde aquella entrevista en su casa del barrio de Malasaña, no sé si hoy la elección de Fernando seguiría siendo la misma, en vista de cómo el yoga se ha difundido por el mundo bajo la capciosa forma de una técnica gimnástica y un método de relajación en cuya enseñanza y práctica tanto la imagen de Siddhartha como la de cualquier otro referente espiritual budista o hindú ha sido dejada al margen o mantenida sólo como mero elemento decorativo o de captación de clientes.
Escribía el otro día con razón Rosa Palo en su columna que quienes ya teñimos canas nos resistimos a que nuestro reino deje de ser de este mundo… Y bueno, la realidad es que el yoga, «herramienta» surgida en el mundo hindú y heredada de él por el budismo, no deja de formar parte de una doctrina de Salvación que nos alecciona en el sentido de que el Reino del que en realidad somos súbditos es uno del que en verdad nos encontramos «ausentes» y que, precisamente, no pertenece a este otro, gobernado por el látigo de la realidad sensorial que conocemos.
Swami Satyananda Saraswati expone muy bien en un ensayo editado por Kairós –Las bases del yoga– el proceso de adulteracion y manipulación por medio del cual Occidente ha llegado a aceptar y practicar como yoga -en concreto, como hatha yoga– un compendio de tablas de ejercicios y un discurso banal de monitores en autoayuda que sólo muy superficialmente se corresponde con el original y, desde luego, no ayuda más que a engrosar la cuenta corriente de socorristas de piscina reciclados en «gurúes» sin reportar a sus cultores nada -o muy poco- de lo perseguido por sus legendarios «fundadores».
El desaguisado, nos refiere, comenzó cuando, desde el poder colonial de que disfrutaba, la Compañía de las Indias Orientales procedió a reemplazar el sistema de educación tradicional hindú por otro calcado del europeo e inspirado por la mentalidad positivista, evolucionista, cientifista y escéptica propia del europeo de aquel tiempo. T. B. Macaulay, del Consejo Supremo de la India, a quien con toda pertinencia cita, escribió allá por 1830: «Tenemos que hacer todo lo posible para crear … indios de sangre y color, pero ingleses en sus gustos, en sus opiniones, en su moral y en su intelecto». O que: «Ningún hindú que haya recibido la educación inglesa podrá practicar su religión de forma sincera». Así -«acompasada, virtuosa y grotesca», según Elémire Zolla- nació la India victoriana. Consecuencia directa de aquellos propósitos y políticas, ese yoga centrado en la salud y el bienestar físicos, considerados por el yoga original como beneficios colaterales y de orden muy secundario, se dirigió, pues, primeramente -hablamos de las décadas de 1920 y 1930- a una clase media india sin inquietud espiritual de ningún tipo e inmersa en una sociedad cada vez más desacralizada, emprendiéndose luego su exportación a Occidente. No debe ser fácil elucidar hasta qué punto los protagonistas del desaguisado eran conscientes de lo que hacían. El caso es que se consiguió que en 1958 Nehru, gran exponente de ese tipo de indio desenraizado, declarara -se ignora en base a qué credenciales- que el yoga sólo podría «avanzar» si se apoyaba en la ciencia moderna. Y que, no muchos años después, el astronauta indio Rakesh Sharma practicaba yoga en ausencia de gravedad en una nave espacial soviética movido a ello por unos objetivos que dudosamente los grandes santones del hinduismo hubieran aprobado como «yóguicos».
Swami Satyananda Saraswati no sólo desgrana con soberana claridad el montaje que ha convertido a los maestros espirituales en simples profesores y un modo de vida sacralizado en una sucesión de cursillos. Presenta, además, una galería de personajes de lo más influyentes y decisivos en esta historia: la mayoría, significativamente, gente que, más allá de sus cualificaciones y formación, que pudieron ser serias, destacó ya en su juventud por su muy acusado interés en la educación física y las artes marciales, lo que ya parece un indicio de hacia dónde iban los tiros.
El gurú Yogendra, el rey Bala Sahib Pant de Aundh o Krishnamacharya, quien en el Palacio de Mysore impartió clases a futuros maestros en Occidente… O Indra Devi, nacida en Estonia como Eugenia Peterson y profesora de hatha yoga de Greta Garbo y de la un día célebre Madame Chiang Kai-Shek, que llegó a impartir sus enseñanzas incluso en la URSS, donde la práctica del yoga constituía un delito, son algunos de los personajes que desfilan por el estudio dedicado por Swami Satyananda Saraswati a un yoga destinado a gente con dolor de espaldas más que movida por la búsqueda de la Liberación y cuya lectura será de gran provecho para cuantos quieran en verdad saber en dónde van a meterse… y no precisamente gratis.
¡El ahorro no tiene precio en estos tiempos!
Mucha razón tiene el Swami porque, en efecto, el verdadero Yoga es una vía espiritual muy seria que es más bien para pocos, pocas, poques.
En cualquier caso, hay algunos autores británicos que nos han dejado páginas de verdadera sabiduría y correcto acercamiento a la genuina realidad íntima y pneumatológica del Yoga en sus diversas variantes (Ha-Tha, Kundalinî…). Uno es Ananda Kentish Coomaraswamy y otro Sir John Woodroofe (alias Arthur Avalon), ambos poco o mal traducidos a nuestra cervantina lengua. Alguno más habrá, pero yo no los conozco.
También están los textos de Mircea Eliade y de René Guénon sobre Hinduismo y Yoga, por no hablar de los mucho más recientes Lilian Silburn y Tara Michaël, pero estos enjundiosos expertos no son británicos.
Busquen, comparen, y vayan más allá, siempre más allá y mucho más allá, de la mera gimnasia.
Me alegra que coincidamos. Gracias por el comentario.
El yoga es como todo en esta vida, un anzuelo para ser atrapado en la trampa del ego. A todas, todos y todes aquellos que se pretenden más espirituales porque son capaces de hacer la gimnasia, respirar y meditar, quítenles la imagen de su cuerpo, en la que reposa su aparente «calma»… y volvemos a hablar. Una sonrisa profident y mi conexión con lo divino está servida. Todo es ilusión, por no decir basura.
Ya en su día Gopi Krishna buscó en la India alguien que le arreglase el desaguisado que le provocó una subida rara de la kundalini. Visitó numerosos santones y gurus y ninguno demostró un conocimiento suficiente para ayudarle.