
UN THRILLER NÓRDICO AL CUADRADO
1 de junio de 2025 ![]()
JOAQUÍN ALBAICÍN
Las historias policíacas ambientadas en Escandinavia, las enmarcadas en el llamado thriller nórdico, las asocia mi ecosistema mental de modo reflejo a las madrugadas y a Netflix, a la contemplación con un whisky sobre el posavasos -auténtica reliquia- de la discoteca Yeti de Huesca de un coche patrulla deslizándose por carreteras solitarias flanqueadas por bosques tupidos y alfombrados de nieve cerrada bajo una noche negrísima… Y la nieve y lo nórdico en general son categorías para mí conexas desde la niñez a Colmillo Blanco, a trineos y tramperos, como los trineos a su vez a las novelas rusas con aristócratas y músicos y cantantes gitanos deslizándose de una orilla a otra sobre el Neva helado en las noches blancas de San Petersburgo. En la nórdica que acabo de leer, en cambio, nada de trineos, pues no hay ni nieve. Ni se menciona. No hay, pues, que ponerse la bufanda. Y es una novela en la que casi siempre son las tres de la tarde.
Jussi Adler-Olsen lleva ya escritas un montón de novelas protagonizadas por el Departamento Q de la policía de Copenhague y en las que se inspira una recién estrenada serie de televisión a la que es muy probable que me enganche, es decir: me estoy una vez más mentalizando para eso de la madrugada, el posavasos de Yeti, la bolsa de patatas fritas, etcétera. Esta nueva y primera que de él leo es 7M al cuadrado (no sé escribir el dos en pequeñito y arriba en el teclado de mi ordenador, lo siento), que, como era de esperar, es un thriller nórdico, aunque ya digo que sin nieve, sin hielo, sin cadenas en las ruedas de los automóviles, sin nadie que sufra riesgo de congelación en el monte o tirite de frío en las escaleras de una estación de metro… Un thriller nórdico, sí, pero cuya acción podría perfectamente transcurrir, por ejemplo, en Valladolid: nada, por otra parte, de extrañar hoy, cuando tantos vallisoletanos piensan y se conducen más o menos como escandinavos.
Hacen en él su trabajo, eso sí, contratistas, gente que, harta sin duda de cobrar tan poco en la policía o el ejército, ha tirado por el camino de las liquidaciones por encargo de particulares y guarda, con tal fin, en casa un inusual arsenal militar de primera. Y mafias con los suficientes contactos en las prisiones como para que la vida de un policía encarcelado bajo falsas acusaciones corra un riesgo cierto de acabar de modo abrupto, como previsible colofón de un apagón general en el argumento de su novela vital y del que, para salir con bien, ha poco menos que inventarse una vida nueva. Ahí sí hace acto de presencia ese bajo cero que alimenta el noir nórdico. Un estar bajo cero en todo cuya consecuencia es que te castañeteen los dientes aunque abras la ventana y se disfrute fuera de un tiempo primaveral o, como ahora mismo en Almendralejo, treinta y tantos grados a la sombra a las diez y media de la mañana.
¿Cómo lograr eso de resetear tu vida íntima y policial? ¿Cómo salir de la celda y regresar a casa con el expediente limpio? Pues suele resultar crucial contar para ello con la ayuda de una comisaría, una de esas cuyos integrantes, por la camaradería generada por eso de estar durante años inmersos codo con codo en asuntos sucios, acaban siendo poco menos que familia. Pasa como con Adamsberg, como con el despacho del abogado del Lincoln, como en su día con Kojak… Y también se consigue atándote los machos para darlo todo y sumergirte sin complejos ni reparos, resuelto a poner en concurso cuantas fuerzas te resten, en una dinámica de novela de quiosco, como se decía en aquellos días en que existían los quioscos, unos lugares cuya definición pueden los menores de treinta y cinco años -tanto los de aquí como los de Dinamarca- encontrar en el diccionario de la RAE.
Lo importante de las nórdicas es al final, paradójicamente, que no te dejen frío. Y esta de Jussi Adler-Olsen es de las que no dan respiro. Así que… ¡Vamos allá con el posavasos!


