
CUANDO SE VE EL PLUMERO
1 de mayo de 2025 ![]()
JOAQUÍN ALBAICÍN
Los dignatarios extranjeros solían, a su llegada en visita ya oficial, ya privada a India, alojarse al menos por una noche en Teen Murti House, la residencia familiar de Nehru en Delhi. Cuando en 1957 estuvieron allí el Dalai y el Panchen Lama, fueron en el curso de una de las frecuentes recepciones allí celebradas echados de menos por el anfitrión, quien mandó a su hija Indira a buscarlos. La futura Primera Ministra los encontró en el jardín jugando, como si tuviesen cinco años, a indios y vaqueros con la tienda de piel roja de su hijo Sanjay. Adujeron los lamas que ese podía ser considerado uno de los días más felices de su vida, pues durante su infancia nunca se les había permitido comportarse como niños. No sabe uno si tomar el hecho como una prueba de suprema iluminación espiritual o si pensar que los altos dignatarios del budismo tibetano eran un poco tolilis. De cualquier modo, una infancia inusual es algo difícil de tapar. Por aquí o por allá, en tal o cual salida o entrada de tono, acaba en algún momento por salir el plumero a relucir.
Pasa como con la imposibilidad de disimular el untamiento de todos esos a quienes escuchamos y leemos a diestra y siniestra arremeter contra los intentos propagandísticos de blanquear las dictaduras. Lo dicen como si no hubiese en funcionamiento catervas ingentes de plumíferos y funcionarios entregados a destajo y con las calderas a todo vapor a la causa de blanquear democracias, es decir, como si Estados Unidos, o Inglaterra o Francia, por ejemplo, no tuviesen en sus haberes atrocidades y desmanes sin fin que blanquear. De hecho, ya decimos, mantienen empleados en esa higiénica causa a legiones de paniaguados histéricos sin, aparentemente, nada mejor que hacer que darnos sin descanso la tabarra con sus incesantes manifestaciones de lacayismo mediático.
¿Qué más cosas se antojan de problemático camuflaje? Pues a ver… Retrocedamos a aquella noche de febrero de 1964, cuando los fotógrafos de la prensa rosa retrataron a Catherine Deneuve sola en un concierto de los Beatles mientras, por su lado, Roger Vadim asistía de la mano de Jane Fonda a un estreno de Françoise Sagan. Y es que todo entre Catherine y Roger había terminado y no era posible ocultarlo, porque, como nos aleccionó Elimore Leonard en el título de uno de sus excelentes relatos del Oeste, nunca se ve a los apaches, pero, al revés que el seguimiento de Cochise y sus huestes, el desamor sí que se ve y, pues, se nota mucho.
¡Y las canas! Las canas son otra cosa difícil de hacer pasar desapercibida. Suni Williams, gran astronauta cuya cabellera, en la ausencia de gravedad propia de la Estacion Espacial Internacional, donde por tanto tiempo ha permanecido confinada a la fuerza, hemos pasado meses viendo flotar blanca como la de una medusa, ha podido al fin teñirse al regresar a la Tierra. Parece mentira que, con los adelantos de hoy, no pueda uno colorearse las canas en el espacio. ¡Pónganse las pilas, señores de la NASA y de Roscosmos! ¡Hagan algo útil!
Hay muchas más cosas arduas de ocultar, por más que se empeñe uno en que no. En 1931 escribía Don Indalecio, respetado revistero taurino, que si Armillita no figuraba en la primera fila del escalafón torero era sólo por su exceso de horchata en las venas, por su falta de decisión y amor propio. No sé, a lo mejor a Don Indalecio no le pagaban por escribirlo, o no le apetecía o estaba en eso de blanquear la democracia, pero cualquier taurófilo -menos él, al parecer- vivía al tanto de que Armillita llenaba las plazas, refulgente a la cabeza de la torería y hablando de tú a tú a Manolo Bienvenida y Domingo Ortega. Tan imposible de ocultar como la soberanía en los ruedos de Armillita era, pues, la miopía como aficionado de Don Indalecio.
Y, ¿cómo conseguir translucir como que no es así cuando, en una reunión, se siente uno convidado de piedra? ¡Ah, esa es jodida, y algo también complicado de solapar sin necesidad de que un anfitrión menos complaciente que Nehru se lo haga aún más evidente mandándole que le sea servido en el plato hondo un cucharón de cantos rodados mientras el resto de comensales saborea unos exquisitos raviolis! Es duro, eso de ser convidado de piedra. Y, lo que es peor, muy obvio.
¿Qué se lleva la palma? No es tan sencillo escoger. Hoy me quedo con lo de Marilyn. Ya en los años de 1992 y 1994 respectivamente, lo recordarán, Sinatra y Dean Martin señalaron a la mafia como ordenante y ejecutora de la muerte de Marilyn Monroe. Lo que ahí era imposible de ocultar era o que la mafia para entonces se había amariconado mucho, o que Sinatra y Martin los tenían cuadrados, porque a ninguno de los dos le pasó nada por irse de la lengua. O muy mal la mafia por no habérselos cargado, o muy bien Frank y Dean en lo que a pelotas se refiere. Si fue a la mafia o a ellos a quien se vio el plumero, ya es otro cantar.
Pero verse, se vio.


