
CON LA BENDICIÓN DE LA DIOSA CERES
15 de septiembre de 2025
JOAQUÍN ALBAICÍN
Con una trilla da comienzo En un rincón de mi alma flamenca, espectáculo estrenado hace un año por Salomé Pavón en el López de Ayala de Badajoz, mas aquella trilla de la prémiere ha experimentado desde entonces y hasta llegar anoche al Carolina Coronado de Almendralejo una gozosa mutación. Lo constatamos la víspera en el Teatro Romano de Mérida, en la gala conmemorativa -como la de Almendralejo, si bien con una diferencia de veinticuatro horas- del Día de Extremadura.
La Junta se propuso hacer en Mérida un guiño al cumplimiento en 2025 de los seis siglos transcurridos desde la llegada oficial a la Península de los primeros gitanos, y Salomé Pavón quiso ligar la trilla a unos versos sueltos de propia cosecha alusivos a la efeméride. Por intuición suya se decidió incluir en ella trompeta, guitarra, flauta travesera y viola, fórmula inusual en un cante a pelo, y a Pakito Suárez El Aspirina le salió del alma una invocación por martinete que inevitablemente nos despierta la evocación de aquella Soleá de Miles Davis en su Sketches of Spain. El hallazgo dicho -una trilla soñada como un perfume de la Nueva Orleans anterior al tsunami– es, a mi parecer, de categoría. Ha emergido a la superficie como en su momento, tras permanecer mil quinientos años sepultado bajo tierra, lo hizo ese Teatro Romano donde ha sido interpretada por vez primera. ¿No sostuvo ya Platón que todo aprendizaje y descubrimiento no es sino un recordar?
El fastuoso juego de luces, sumado a lo imponente del marco y a la trompeta de Pakito Suárez, todo ello envolvió el número desde el arranque en una atmósfera de misterio y de saludo al adviento del Duende con mayúsculas. Añádase que la de Pakito Suárez El Aspirina con la portentosa guitarra de Jerónimo Maya supone una conjunción de talentos que, a mi juicio, puede marcar un antes y un después en la música gitana parejo al propiciado en su día, en París, por el encuentro de Django Reinhardt con Stéphane Grappeli. En no poco, además, contribuyó a la eficacia del hechizo esa vibración tan salida de las profundidades del corazón que caracteriza a la flauta de Ostalinda Suárez y la viola de Rosa Escobar.
La presencia ritual, atrás y en lo alto, de la efigie de la diosa Ceres, de la que Salomé Pavón semejaba ser una proyección o portavoz, y el vestido tejido y cosido para ella por Maison Alberto Benítez imprimieron a su cante un aroma oracular que no hizo sino apuntalar la dulzura de su metal, germinado con abonos de estirpe. El público en pie refrendó desde las bimilenarias gradas este hallazgo -o quizá, como apuntábamos, redescubrimiento- que la noche siguiente sería juzgado con idéntico flamear de parabienes por la afición de Almendralejo.
Aquí, tras la fastuosa apertura con esta trilla de tan antiquísima como insólita y novísima factura, procedieron los artistas, a quienes se sumaron el clarinete de Esther Rodríguez Viñuelas y las voces y coros de Daniel Castro y Tente Saavedra, quienes aportaron además su cante en solitario, por soleá por bulerías el primero y con La llorona en tempo flamenco el segundo, a desgranar un concierto de tanta elegancia como hondura, bendecido ya desde la víspera por el beneplácito de la diosa.
Deleitó nuestro sentir un flamenco de alta gama, un flamenco casi de cámara por su exquisitez en su intención y plasmación, braseado en gran medida a partir de aquellos tientos que Caracol, tras condimentarlos y tratarlos en el atanor de su intuición, convirtió en zambra, así como en una siguiriya de largo recorrido por lo airoso de su gustarse Salomé en sus calveros y en cuya entonación y abordaje recuerda -lo que resulta maravillosamente inevitable- la distinción de su tía Pastora.
Siguieron brotando de su garganta opalescente bulerías, alegrías, tientos, tangos, fandangos… Hizo bien, a mi parecer, Salomé en prescindir en esta ocasión de los de Huelva, que por concepción y estilo nos conducen hasta otros andurriales y habrían quebrado la línea estilística de la gala. Por alguna razón pensamos, escuchándola, en aquella Lauren Bacall cantando apoyada sobre el piano de cola en Tener y no tener, pero en formato, ya digo, fastuoso y no de bar.
Con la interpretación en solitario de la bulería Corazón Maya, extraída por Jerónimo de su más reciente disco, dio fe éste -como antes y después en el toque de acompañamiento- de lo apabullante del sitial que le corresponde y ocupa hoy en el escalafón de la guitarra de concierto. Y cosechó una merecida ovación la fantasía por tangos labrada en pie por Ostalinda Suárez con el concurso de su hermano Pakito. Disfrutamos además, decíamos, de la melancólica osadía de una Rosa Escobar que empuña el arco de la viola como quien afila un alfanje y de la Esther Rodríguez Viñuelas que, destetada en otros predios musicales, está cuajando en artista flamenca. Y ya en el finisterre de la gala se sumaron a la fiesta otros talentosos flamencos presentes en el patio de butacas como Morito Suero -percusionista de Joaquín Cortés- y Reme Fatigas.
A la cabeza, en fin, de estos mismos artistas más otros que se les incorporarán tiene anunciada su comparecencia Salomé el 16 de noviembre –Día del Flamenco– en el Gran Teatro de Cáceres. Extremadura Gitana se llama el espectáculo, al igual que esta trilla indeleble al olvido y burilada en primicia en el Teatro Romano y que en buena medida nos ha inspirado la crónica. Allí estaremos y, Dios mediante, se lo contaremos.