EL QUIJOTE HERMÉTICO

EL QUIJOTE HERMÉTICO

5 de marzo de 2025 0 Por Ángulo_muerto
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JOAQUÍN ALBAICÍN

Te levantas, aduces que vas un momento a los vespasianos… ¡y nadie sabe qué te propones ni a qué te refieres! El confuso silencio de tus contertulios que, a fin de no pasar por gente sin recorrido ni mundo, se abstienen de pedirte aclaración alguna acerca de hacia dónde encaminas tus pasos no indica más que viene desde hace tiempo teniendo lugar una merma en la riqueza del habla cotidiana, una sustancial pérdida de aceite en el vocabulario de la mayoría. Pero bullen y desasosiegan a la gente otros misterios, y de mucho más calado y alcance. Remontándonos al Renacimiento, que, lejos de desencadenar o anticipar la gestación y expansión del racionalismo, cimentó sobre la alquimia, la astrología y la Cábala el prestigio de sus oleajes, repararemos ya en esos enigmas que los hermetistas ocultaban dispersos y como fragmentados en el curso de sus tratados a fin de que el mensaje de la Sabiduría resultase elocuente sólo al lector iniciado en ella y oscuro para aquel no preparado para la misma. Equívocos, sí, destinados a ocultarla a los desaprensivos y, a los apercibidos o merecedores de su dulce sabor, revelársela, como decía aquel Enrique Cornelio Agrippa disertante sobre la muerte iniciática y conocedor de los distintos tipos de profecía, incluida la comunicada mediante sueños.

Es normal que Carlos del Tilo posara la mirada sobre la obra de Miguel de Cervantes como buen ejemplo de literatura contenedora de mensajes encriptados. Y es que, desde el momento en que Don Quijote afirma haber nacido “por querer del cielo en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la edad de oro o la dorada como suele llamarse”, resulta claro que las páginas debidas a la pluma de Cervantes sirven de vehículo a un mensaje que trasciende lo meramente literario. Y no sólo las que atañen a las andanzas de Alonso Quijano: también La ilustre fregona, El coloquio de los perros o Persiles y Segismunda. Y es que Don Quijote es Febo, el “oro volátil y errante, un espíritu sin cuerpo” a busca de fijación y, a la postre, nos dice Carlos del Tilo, “el Apolo español” que “con palabras encubiertas nos habla del reino mesiánico”. Y es Hermes, encarnación del “don de la palabra … donde se corporifica el pensamiento divino”.

Porque Don Quijote es caballero fundamentalmente porque va a caballo, es decir, montado sobre la Sabiduría de la Cábala. De ahí su apreciación de que Sancho trae los refranes “por los cabellos”, léase “por cábala”. Lo que, como ya escribimos, nos recuerda también el sentido de la expresión “por los pelos”, es decir, de milagro. Uno de los pensadores que lo han resaltado ha sido Pere Sánchez Ferré, autor en su día de El caballero del oro fino y prologuista, pues, lógico de este Cervantes y la Cábala cristiana de Carlos del Tilo publicado por Arola Editors.

La historia y papel de Dulcinea en el Quijote, aduce éste, son los mismos que los de Helena en La Ilíada. ¿Por qué, si no, vaticinaría Don Quijote que el Toboso devendrá un día famoso “como lo ha sido Troya por Helena y España por la Cava”? Es La Ilíada para Carlos del Tilo “un relato fabulado en el que Homero descubrió la Gran Obra de los sabios”. Y lo mismo, creemos, podría decirse de la invasión guerrera de nuestra Península en 711 si aceptamos asumir la identificación de la Cava no sólo con estas Dulcinea y Helena herméticas sino, también y más en concreto, con la Kaaba mequí, piedra negra como ese Toboso cuya etimología alude a una piedra que no es en el fondo sino la Filosofal. No nos parece, en efecto, nada disparatada, en este contexto planteado por del Tilo, nuestra apreciación de que Don Julián, Muza y Tariq son el Menelao, el Agamenón y el Aquiles y Don Rodrigo el Paris -huyó, como él- de La Ilíada ibérica. Se comprende, pues, el recuerdo por Don Quijote de que “el caballero andante sin dama es como el árbol sin hojas, el edificio sin cimiento”

Indaga aquí del Tilo en episodios como el de las bodas de Camacho, donde los novios han decidido -en expresión de Sancho Panza- “casarse por las nubes”, es decir, matrimoniarse con el Cielo en un enlace a la altura de las mismísimas bodas químicas de Christian Rosenkreutz. Se acuerda de aquel Nebrija clamante por que no se olvidara el conocimiento de las lenguas hebrea y griega ni la lectura de las obras en ellas escritas, y llora la fracasada fusión de fondo entre judaísmo y cristianismo intentada en el Renacimiento por los cabalistas cristianos. Y de Agrippa -de quien, muerto en 1535, se dice que, como Fulcanelli, sigue vivo- y las persecuciones que sufrió, y de Pico della Mirandola… Y de los cuatro años de prisión de Fray Luis, ni envidiado ni envidioso. Y del Marsilio Ficino que sentía a Platón como un Moisés hablando en griego,

Y es que aquí ya se ha intentado de todo, y por impulso de las más lúcidas y entregadas cabezas. Y no ha servido de nada, salvo para refrendar la sensatez del aserto de que no se hizo la miel para la asnal boca. Se comprende, pues, ese permanente recurso al equívoco, al acertijo, al laberinto… Y que lo más juicioso sea seguir mareando la perdiz, que escabechada está muy buena.