
BRINDIS A RAFAEL
2 de diciembre de 2025 ![]()
JOAQUÍN ALBAICÍN
Una de mis fotos con Rafael que más me gustan es esta impresionada por Luis Vega en Las Ventas mientras él dedicaba y firmaba un ejemplar del primer libro de su hijo Jesús, que aquella tarde se presentaba. Ha sido, por ello, la escogida por mí para acompañar estas líneas de evocación y pena.
Me ha costado mucho sentarme a escribir sobre él ahora que se ha ido. Habrá a quien le extrañe, pues Rafael lleva cuarenta años sirviéndome de inspiración literaria y se supone que las letras habrían de fluirme a chorros. Pero, por una parte, no me sentía inclinado a sumarme al corifeo u ola de cortaypegapasismo en tiempo real de unos días atrás a cuento de la música callada y el silencio sonoro. Además, tampoco la perplejidad y la congoja me predisponían ni dejaban, porque con Rafael no se ha ido sólo mi torero, sino una de las personas que más han contribuido a tejer y configurar el aura de mi alma. Uno ya viene al mundo con un alma, sí, pero también ha de nutrirla con la cercanía a otras almas afines, normalmente de más edad. Y él fue una de ellas y de las más esenciales.
¿Rafael y yo? Él, tendría un servidor unos veinte años, me escribió un día de otra época, de otro mundo, de otro país y hasta de otro eón a cuento de unos artículos míos sobre su figura torera. Me gusta pensar que le di suerte, porque al pie de la foto suya -una media verónica- que acompañaba a uno de aquellos escritos escribí: “¡Suerte el lunes, Rafael!” Y aquel lunes aconteció lo de Madrid con el toro de Benavides. Tras recibir aquella carta suya, en fin, le llamé. Y poco después nos conocimos en persona, pues nos sentaron juntos en Florida Park, en la cena de una entrega de premios de Diario 16 en la que fue él galardonado por aquella tarde histórica.
Era Rafael de Paula -como Ramón El Portugués, a quien también recientemente despedimos- una de esas personas de las que aprendes sin albergar ellas la pretensión de enseñarte nada. Quiero decir que el Rafael de Paula a quien conocí y traté y admiré y quise no era hombre de decirte a quién debías leer, ver torear, escuchar cantar… Aunque a veces sí, claro. Me cuenta mi primo Jesús, su hijo, que un día, no siendo él aún escritor, aunque la verdad es que sí lo era, pues escritor se nace, no siendo algo que dependa de una fecha de publicación… Me cuenta, en fin, que un día su padre le sugirió leer La cosecha de Tagore, novela que, como todas las del gran literato de Indostán, lees de una sentada, pues de inmediato su compás te atrapa. Me acuerdo en especial de El naufrajio, con jota, pues los traductores de Tagore eran Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, fundamentalistas de la jota, es decir, enemigos mortales de la ge y fanáticos defensores -por razones que ignoro, pero seguro que más lingüísticas que mañas- de eso, de la jota. Un caso para Julio Camba, diría.
Los recuerdos siguen aleteando muy vivos en este alma mía a cuyo burilado Rafael de Paula tanto aportó. Corrida de estío, Rafael en Madrid y de negro y azabache. Liga tres derechazos inmensos con la mano muy baja, en el de pecho pierde la pañosa y corre -corretea- hacia las tablas… En ese momento devuelve a la vida ante mis ojos a Rafael Albaicín, a Rafael El Gallo y a Luis Procuna. Nada de aquello tenía que ver con ninguna clase de estética, como tantas veces se ha querido explicar -más bien, clasificar- su toreo. A mí de Rafael, además de su rítmica secreta e innata, me arrancaba el olé la intensidad de su sentimiento al torear. No tenía nada que ver con una pose o apostura. De ser de otro modo, los toreros dejarían de emocionarte a medida que echan tripa, les clarea el pelo o pierden facultades. Y no es así.
Advierto ahora que puede que sus últimas declaraciones a una revista hayan sido las que reproducimos en el nuevo número de nuestra Cultural Flamenca Extremeña. En él, a la pregunta de qué disco flamenco recomendaría especialmente, responde: “Cualquiera de Pavarotti. Porque su cante era puro sentimiento, como lo ha sido mi toreo”. Me acuerdo de una postal con la estampa del dios Râma que, deseándole suerte en Burgos, le remití desde Benarés o Chandigarh, no sabría precisarlo, si bien esa vez no surtió mi mantra el mismo efecto que en el 87. Estuve en lo del toro vivo en Madrid, coincidente con un similar acto de compasión por parte de Curro. Fue también, de alguna manera, una tarde gloriosa. Lo llevé a que le fotografiase Alberto García-Álix en el bar de un hotel al lado del Rastro. Y vuelvo a verle en Sevilla, después de la corrida y ya de traje y corbata, en casa de John Fulton. Dejaron imborrable recuerdo, por cierto, sus lances aquí cerca, en Badajoz, en el festival de la Fundación Tagore. ¡De nuevo Rabindranath! Y ahí quedaron aquellas verónicas en Chinchón, bajo la leve lluvia. Nunca se borrará de mi memoria ese muletazo por bajo con que, rodilla en tierra, recibía a los toros en Sevilla y donde se terciara. Todo queda, en fin, bien archivado para que, cuando este mundo haya llegado a su término, sea recuperado para los anaqueles de la biblioteca de Alejandría del siguiente.
Espero que volvamos a encontrarnos allí, Rafael, en esa Alejandría refundada en el terruño del Pequeño Egipto original, lejos del mundanal ruido y de la hipocresía que tanto desdeñaste. ¡Cuento con ello! Y brindo por ti y por tantas tardes de expectación, verdad y pureza que nos regalaste…


me ha gustado como todo lo que escribes y me ha recordado las tardes junta a Jesús, emocionado, que le vimos, casi todas las que describes.