
EL ALMA DE LAS PLANTAS Y DE LOS GATOS
15 de septiembre de 2025 ![]()
JOAQUÍN ALBAICÍN
Aseveraba Fulcanelli que fueron los gatos sus maestros en el idioma de los pájaros. Yo, que últimamente guardo excelentes relaciones con estos felinos, debo confesar que no he notado, pese a ello y ni siquiera el otro día, en que se celebraba el Día Internacional del Gato, avance alguno en mi dominio de la lengua primordial de la Humanidad. También me llevo bien -desde siempre- con las flores. Me gusta plantarlas, regarlas, observar cómo brotan y crecen. Pero tampoco me han hecho jamás partícipe de sus amoríos, apetencias, ideas políticas, gustos o disgustos. Es decir, que no avanzo. O si lo hago, es sin darme cuenta de ello.
Los amigos de Atalanta han puesto ahora en circulación una suerte de tratado sobre la inteligencia y el alma de los vegetales: Nanna o el alma de las plantas. Fue escrito por un agudo y sensitivo pensador del siglo XIX: Gustav Theodor Fechner, a quien se tiene por uno de los fundadores de la psicología experimental. Una pena que éste pasara bastante tiempo encerrado en un asilo para lunáticos, pues ello hará que bastantes aprovechen la ocasión para, entre risitas de conejo, desprestigiar sus lúcidas reflexiones en torno al universo vegetal. Sin embargo, también a Manuel Torre lo llamaban El Majareta y proverbialmente se ha dicho que era precisamente merced a sus bruscas mudanzas de ánimo por lo que se manifestaba a su través ese Duende que le valía poder ser considerado uno de los grandes cantaores de la historia. De hecho, de él, además de su hermano Arturo, aprendió la gran Pastora Pavón, musa de tantos.
La psicología de las plantas es, advierte el propio autor, “un tema en apariencia fantasioso”, pues invita a “empezar a escuchar el susurro de las flores”. Y eso ni se llevaba en su época ni está de moda ahora, pese al cierto ruido mediático levantado por los abrazadores de árboles, versión globalizada del abrazafarolas de toda la vida. A Fechner le fue inspirado este bien hilado discurso suyo por sus meditaciones sobre Nanna, diosa de la vegetación de la mitología nórdica. Su discurso fue, pues, nos dice Paco Calvo en el prólogo, resultado de “un arrebato místico”, algo asimismo infrecuente hogaño, cuando lo que mola y reporta likes es el arrebato histérico. Este libro constituye, por tanto, un contrapeso cíclico o epocal nada desdeñable.
La pertinencia de la atribución a las plantas de un alma propia al margen de la existencia de signos externos físicos que la delaten es el gran reto de Fechner. Y es que, como dice, la idea de una vida sin alma carece de sentido. Nos sentimos en total acuerdo con ello, así como con su argumentación de que el hecho de que un piano sin cuerdas no suene no significa que la flauta, para sonar, las necesite. Y sí. Los campesinos ven fantasmas por la noche porque desde niños se les habló de ellos. Así que, ¿no seremos nosotros como ellos, y si no vemos espíritus es porque se nos ha dicho desde siempre que no existen?
Puede resultar de provecho simultanear la lectura de Fechner con la del tratado de Plutarco sobre la inteligencia de los animales. Y también no perder de vista a los gatos, por si les sobreviniese un arrebato místico propulsor de esa elocuencia hasta ahora no disfrutada del todo -pero tampoco descartada nunca- por nosotros, sus suministradores de gelatina y caballa por mor de esa nostalgia nuestra del idioma prístino de la grey adámica.



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