“EL VIRGINIANO”

“EL VIRGINIANO”

25 de febrero de 2025 0 Por Ángulo_muerto
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JOAQUÍN ALBAICÍN

De El Virginiano recuerdo la camisa y el sombrero negros y los labios fruncidos en sesgo irónico. Nada más. ¡Y eso que lo veía siempre! Bueno, también el nombre del pueblo donde vivía, Medicine Bow, fijado para la eternidad en mi memoria con idéntica firmeza que el de Llano Estacado. Confieso no acordarme ya de si en aquella serie, como al menos por aquí prescribe la buena educación, los vaqueros se quitaban el sombrero al entrar en una casa o en el saloon. Porque en Yellowstone ni Kevin Costner, ni sus hijos, ni sus empleados ni sus rivales sacan la cabeza de él casi ni para yacer en brazos de Morfeo. Nos movemos en el Oeste del siglo XXI, pero ya tomen asiento a la mesa en una cuchipanda benéfica o recaudatoria de fondos para las elecciones, en el despacho de su socio o de un político o sobre el taburete junto a la barra donde saborea una cata de vinos la mujer de sus deseos, el sombrero de ala ancha es su seña de identidad perpetua.

Da igual que se hallen bajo el sol abrasador de una reserva india contemplando unos huesos fosilizados de dinosaurio que echando un vistazo al periódico en el vestíbulo de un hotel de postín o, en un bar de copas, tirando los tejos a una abogada antes de emprenderla a mamporros con otro bebedor que ose invitarla a bailar. Se está en la cama con una novia, se repone de gasolina el depósito del coche, se recoge al niño en el colegio, se medita sobre el futuro del cacicato o se navega por internet con la misma actitud y estética con que se monta un toro en un rodeo. El sombrero, calado siempre. Y el revólver, por norma a mano. Un poco como si los picadores hiciesen todo cuanto la vida exige con el castoreño puesto y cargando con la pica y la puya.

Lo encuentro muy pesado para vivirlo. No, en cambio, para leerlo o verlo -en Frontera Valdemar ha publicado El Virginiano y Yellowstone está ya en Netflix– pues ambas opciones resultan de lo más gratificante con y sin el sombrero puesto.

El autor de la novela, hasta ahora inédita en español y dedicada a su amigo Teddy Roosevelt, recién elegido presidente, fue Owen Wister, amigo también de Remington, el más emblemático pintor de los inspirados por el Salvaje Oeste. Wister fue además el compositor de una famosa balada vaquera que Linda Darnell canta a Henry Fonda en Pasión de los fuertes y que suena en el arranque de La diligencia, de John Ford. Y es que se educó en París, pero fue a caer en Wyoming y en el Yellowstone para reponerse de una depresión y le cambió el chip. El olor a fogata de boñiga, el aullido del lobo… ¡Es lo que tienen las terapias naturales!

Yellowstone cae por Montana y Medicine Bow por Wyoming. Montana limita por el sur con Wyoming, así que vistos desde aquí, desde las páginas de El Virginiano o el mando de la tele, ambos escenarios vienen a ser un poco lo mismo: café humeante de verdad, con volutas amplias como las que salen de la boca del colt recién disparado.

Y clase, coño, pues los personajes de Wister no son tan malhablados como los Dutton del Yellowstone Ranch y sus vaqueros, marcados a fuego como las reses a las que lacean. Clase, sí, como la de Hugh Grant la otra noche en la entrevista con Pablo Motos. Señorío, tacto, gusto, sin ofender ni herir… En una línea un poco como de un Gary Cooper de hoy, aquel de El vaquero y la dama, de Deseo y también de El Virginiano, a quien en 1929 inmortalizó en blanco y negro. Es lo que tiene asimismo El Virginiano en formato Valdemar: modales y medida, no sólo brillo en las espuelas y velocidad desenfundando.

¡Magnífica lectura para después del solomillo de búfalo!