¿UN PAÍS MUY EXTRAÑO?
8 de diciembre de 2024
JOAQUÍN ALBAICÍN
Que, como lamentó Napoleón III, quien sirve al Estado sirve a un desagradecido transparece con toda nitidez en el dato de que, en calidad de remuneración y recompensa por no se sabe qué concretos y secretos servicios prestados, los asesinos abertzales ocupen hoy escaños y tomen asiento en despachos institucionales, en tanto Mikel Lejarza El Lobo, infiltrado en ETA por encomienda de las fuerzas del orden, vive condenado a una existencia bajo nombre falso y clandestina. La paradoja da para muchas cavilaciones, lo mismo que los claroscuros de otros casos de años atrás, también -igual que el suyo- supuestamente cerrados, como lo de Carrero, o el asesinato del jefe del Frente de la Juventud, en el que nadie indaga, o lo del anómalo tratamiento otorgado en su día por policía y prensa a lo de Publio Cordón. Son expedientes X del espionaje ya bastante antañones, de los que van notoriamente adquiriendo la pátina sepia, pero también de los más interesantes que en España nos quedan.
Y es que la piel de toro es hoy una nación muy mediocre en este sentido. Tratas de enterarte un poco de lo del aterrizaje clandestino y con nocturnidad en Barajas de la ministra venezolana, intuyendo quizá inconfesables maniobras geopolíticas de fondo, y todo al final se reduce a asuntos de saunas, macarras, sablazos y comisiones, a chanchullos envueltos por una espesa atmósfera de sobaquina y mugidos de camello. De hecho, para compensar el tedio reinante no nos queda ni la satisfacción de que, desde su incorporación como directora al IE Africa Center, se hubiera dignado siquiera fuese una vez Begoña Gómez a contratarnos para pronunciar una mísera conferencia. Pero ¡ha pasado de nosotros con ese gesto de inaccesibilidad e inanidad tan propio de los gestores culturales de élite! Súmese que vuelve uno la cabeza hacia Italia, proverbial tierra de maravillas para el interesado en el mundo de los agentes secretos, y se encuentra no sólo con que Licio Gelli -como aquí Paesa- ha muerto, sino con que Pino Nicotri nos suministra en Blitz Quotidiano cada día menos noticias sobre un Ali Agca que hace tiempo no dice ni esta boca es mía.
¡Qué pena que, con Conexión Londres, diese Charles Cumming por acabadas las peripecias del agente de campo británico Thomas Kell, cerrando así la trilogía iniciada con En un país extraño, que he releído del tirón en sólo dos días! Es lógico, porque un hombre íntegro como Kell no puede aguantar la vida entera sirviendo a políticos, es decir, a mentirosos profesionales, y eso ha forzosamente de comprenderlo su creador, concediéndole generosamente el más que merecido traslado a la vida civil. Pero los lectores, claro, lo sentimos. Y es que quienes gustamos en España de seguir las intrigas del espionaje no detectamos en las tramas reales de aquí ningún estímulo. Todo es sumamente cutre. Ni siquiera con el amago de hacer público lo de Sabino y el 23-F, que ya sabía todo el mundo, se recupera un clima mínimamente digno de atención. Debería, sí, Thomas Kell volver a las andadas.
La censura del mundo libre, además, ha dejado caer su implacable telón sobre las fotos pirateadas por hackers iraníes al ex ministro de Defensa israelí, en las que se le ve en la cama con su querida. ¡Es un bulo! ¡Es una fake new! ¡Quien tiene queridas es Putin! Esto no es ya ni entretenido, toda vez que incluso se cierra el canal de Youtube a Íker. Las reconvenciones y diatribas que desde la prensa le han sido dirigidas han sonado tan anodinas y previsibles como esas amenazas puramente de cara a la galería y fantasmagóricas a la postre con que retan a los héroes los lamesfínntheres, famosos monstruos lacayos del Averno de las sagas nórdicas. Lo mejor de todo el mes ha sido el asalto por desconocidos, tal vez compañeros de trabajo, al domicilio del mando policial que guardaba emparedados millones de euros procedentes de la lavadora del narco, por si quedase algo aprovechable por ahí.
En las novelas de Cumming, la expresión “un país extraño” funciona como eufemismo o metáfora para significar el pasado, ese territorio donde no siempre nos reconocemos en el individuo que con nuestro nombre lo transitó. Y da juego, sí, por supuesto que lo cazas… Pero a España no la distingue ya ni siquiera el encanto de un pasado. Sus habitantes, para empezar, no tienen ni noción de qué sea eso del pasado. España, pues, ya no es extraña. Ni muy extraña. Ni extrañísima. España ya, simple y llanamente, nos es ajena.