NO HAGAN OLAS
20 de octubre de 2024
Frank G. Rubio
Principios de descomposición.
Los lingüistas tienen ese gran poder de hacer ver que cualquier cosa que hacen es terriblemente más importante de lo que realmente es. F.B.Skinner
José Pazó Espinosa, no escatimemos ni evadamos el apellido materno, prosigue con Deliria (Langre, 2024) la deriva literaria y la investigación subyacente sobre la naturaleza del lenguaje que pone en juego siempre cuando escribe. Pocos escritores cristalizan mejor que él el espíritu de la época. Conviene recordar lo que nos dio a entender sobre El enigma…en una entrevista no demasiado lejana en el tiempo que es perfectamente aplicable a Deliria: “Ese enigma es un ser múltiple que vivía en mí su unidad sombría. Es un libro cuyo destino es perdurar en el tiempo. No sé cómo, pero sé que perdurará a pesar de mí. Yo he sido un mero transmisor. Lo publiqué bastante después de escribirlo, y nada más abrirlo, ya impreso, noté esa intención temporal del texto, algo que es incluso independiente de mi voluntad o inclinación”.
Aquí, en Deliria, la unidad sombría se descompone, piel con piel, y despliega ante nosotros el aroma de sus engranajes. Sin embargo a efectos prácticos consideraremos esta obra una etapa transicional, algo queda pendiente para el lector atento tras su lectura… A contracorriente pues de la referencia sita en la contraportada, donde se la califica como “versión y secuela atlántica de la anterior obra del autor”. Espejos y delirios son formatos básicos del encierro, aun está pendiente la evasión: ¿Existirá la forma de liberarse de las palabras, de no vivir en ellas?
La novela puede y debe leerse como un todo independiente y autónomo, lo cual no es lo mismo que decir lo que me mostraba esta mañana mi espejito portátil cuando lo encendí: nuestra Vía Láctea está aislada del universo…El corazón viaja más rápido que las palabras, más aun en la época de la danza macabra global. En Deliria, donde termina el sueño y comienza el bosque, nos deslizamos con ritmo lento…en apariencia la expresión consciente, desde el punto de vista narrativo, de un proceso absoluto de alienación.
Recomiendo convertir el brillante Prólogo de Matías Jaque en Epílogo. En este último encontraremos las referencias obligadas a las influencias literarias y filosóficas, incluso una reflexión sobre las técnicas concretas utilizadas. La novela convoca al lector a un disfrute que puede ser estorbado por aclaraciones conceptuales anticipadas que, sin embargo, leídas a posteriori aclararán y no condicionarán.
No creo que “cada ser tienda a su esencia”, ni que una novela sea “una corriente de lenguaje”, no al menos en lo principal, pero ambas frases pueden hilvanarse con otras en un tapiz susceptible de convertirse en asentamiento apropiado de imágenes poéticas significativas. Quizá porque, como en algún momento nos dice el protagonista, “mi gracia está donde habita el horror”. El lenguaje es un juego de dados a la manera del pasatiempo infantil ancestral de la cuna del gato, no un trastorno innato mágicamente sincronizado compartido.
Una criatura ajena, que se nos va haciendo cada momento más presente siembra de palabras mediante, nos va permitir entrar en un mundo concreto de personajes, pasiones, lugares, encuentros, desencuentros, ficciones y aflicciones. Deliria es una novela como la copa de un pino, un pino que puede ser uno de esos árboles altísimos en los que construyen sus casas algunos papúas. Como un pino que seguramente desearía convertirse en barca y flotar entre las olas. El pino es planta de Dionisos, como la vid o la hiedra, y esta novela tiene un potencial embriagante por su prosa poética; dotada de un ritmo muy peculiar, en ocasiones lascivo, como una lluvia pertinaz.
Como señaló Rosemary Thorne en su crítica de El enigma de los espejos: “espacios y rostros y acciones que se van construyendo con la meticulosidad de una oración o canto sacro: después de todo es a base de repeticiones como nuestra percepción dota a cualquier cosa con atributos de realidad”.
Dos hermanos, un padre, una madre, un vecino que es notario, una esposa de ese notario, voces que encarnan otros personajes, que emergen y se sumergen en una trama regida por los caprichos demiúrgicos de un baldadiño, un idiota postdostoievskiano, serán metáfora de una búsqueda iniciática que nos irá atrapando con su cadencia y nos servirá como guía de perplejos. Un padre que habita en la base de una escalera y que se muestra esquivo a la acción. Como el buen Olorun, la divinidad suprema de los yorubas, un dios sin templo y sin ritos. También una madre: que ve a las gentes veloces, escribe en verde y lee a Pedro Salinas…
Hay toda una cosmogonía gnóstica inconsciente, camuflada en las configuraciones trabadas por el joc de plegar el cordill, que se despliega ante nosotros en el formato cotidiano de unas vidas situadas, más bien arrojadas, en la costa gallega. Preliminar todo ello a una visión resueltamente budista de la “liberación”. Hay algo que acerca Deliria a El cuento que nadie pidió de la Dama Nijō pero aquí nos movemos ya entre los pliegues de Lo Inescrutable.
Y es que, como señala Jünger, la tendencia principal de la Modernidad se orienta a la supresión del destino. Esta novela habla de ello soterradamente, bajo el velo de una dinámica que conlleva la pérdida de la gracia del mar de todos y cada uno de sus personajes. Y no hay refugio suficiente en la literatura ya que la incapacidad de encontrar “la palabra”, parafraseando de nuevo al autor de Heliópolis, hace referencia a caminos sepultados.
Los personajes y su entrelazamiento, siempre con el ruido de fondo de un oleaje precosmogónico, acompañados de un grito primal estructural, están unidos entre sí por un guiñol entrópico a la vez creador. Lo esquizo se compromete para atraparnos en un escenario asentado en lo cotidiano, donde estarán siempre presentes elementos nada fortuitos de humor y sensualidad.
Un humor amargo, como el sedimento que deja en nuestro paladar el licor de mandrágora.
Mar adentro, allí borroso en lontananza,
un marino canta sobre su extraño viaje.
El acompañamiento resuena alto y se escucha también el sonido
del timón.
Una multitud de pequeñas formas pulula por este rocoso litoral
pululan y se arremolinan cada vez más, arrastrándose como
sombras
Recuerda a la figura de una nube,
son los solitarios fantasmas de los cangrejos ermitaños.
La canción del cangrejo ermitaño. Sueños de un gato azulado.
Sakutaro Hagiwara.
Jaunt!, ¡salta!, ¡Vola!..
Ilustraciones de Rosemary Thorne