MADRID SÍ, MADRID NO…

MADRID SÍ, MADRID NO…

1 de julio de 2022 0 Por Ángulo_muerto
Spread the love

Loading

JOAQUÍN ALBAICÍN

Ha amanecido en Fuente de Cantos, ya apenas un recuerdo el polvo rojo marciano que patinaba sus aceras y tejados. Tras desayunar muy temprano en el Vicenta, tomamos la Ruta de la Plata en dirección a Madrid. Tras estos tres años marcados por la pandemia, que nos hacen sentir la capital casi como un fósil de una era geológica clausurada y remota, proceder a un gesto de tamaño peso -¡ir a Madrid!- se nos antoja casi como reaparecer en Las Ventas luego de cuatro temporadas sin coleta y rumiando el gusanillo en las barras de los bares con Antoñete en el sentido. ¿Seguirá existiendo aquel Madrid que conocimos y vivimos o se habrá, de verdad, convertido en ese videojuego de Sánchez versus Ayuso que desde las pantallas de los móviles nos sonríe con rictus de tontaina y nos invita a participar en el gran plató de la inanidad?

Pronto lo sabremos. Entramos en Madrid por Campamento, como los clásicos. Esta noche es el concierto de Salomé en La Quimera: y es que, mientras tanto tablao y cenáculo flamenco ha pasado tristemente a mejor vida, este ha abierto hace poco sus puertas en el Arco de Cuchilleros. Unas horas antes de la gala, movido por una curiosidad más propia de neófito o de arqueólogo que por la nostalgia y dejando atrás Las Cuevas de Sésamo, reino de la sangría y antaño templo de la diosa Novela, me dejo caer por la calle Echegaray y, a la puerta de La Venencia, abrazo a su cliente más emblemático, Jorge Laverón, cronista durante años y para Diario 16 de la vida social taurina. Aquel periódico desapareció, pero Jorge sigue aquí, al pie del cañón y del catavinos. Unos metros más adelante, quedo algo así como desolado al encontrar tapiada la entrada a Burladero, el colmado abierto por Magritas, banderillero de Sánchez Mejías, y hasta hace no mucho -bajo el firme gobierno de Baudi, primer impulsor y entusiasta de David Mora- escenario de las más festivas francachelas de hermandad tauroflamenca: Carmina Ordóñez, Manuel Díaz El Cordobés, José El Francés, Las Negris, Manzanares padre, Antonio Urrutia… Recuerdos, en fin. O aire, aire… que canta José Mercé.

Cuchilleros… Ya guarda silencio, me dicen, el acordeón del Mesón de la Tortilla. ¡Qué antiguo me he quedado! Pero la calle rebosa colorido, ambientazo, risas a mandíbula batiente, destellos en la espuma de las cervezas, alegría en las terrazas. ¡Parece como si Madrid hubiera resucitado! Entre los asistentes al concierto que abarrotan La Quimera hasta la bola veo a Javier Esteban, gurú de la oniromancia y director en su día de Generación XXI, revista ya tan espectral como el Burladero de Baudi y de Magritas. ¡Runrún de expectación! ¡Ya comparecen los artistas! ¿Quién circunda sobre el escenario a Salomé Pavón? Pues Ricardo Vázquez a la guitarra, que es de Cañorroto y, por tanto, apuesta segura. El violín y el saxo de Jesús Montoya, todo un hallazgo para mí tras esta era geológica de ausencia madrileña. Y al compás, Cheto y Frasco Heredia, que es además un sensacional bailaor.

¡Brindis a una grande, Luisa Ortega! Magnífico preludio, por cuanto Salomé pone en pie una memorable noche, mostrándose pletórica de sones y pródiga en detalles y regustos de cantaora grande, espolvoreando sobre los presentes, como una lluvia de Perseidas por soleá, siguiriyas, fandangos y bulerías, los contornos del Duende de la Cava Baja. ¡Inmejorable recuerdo y homenaje a su abuelo, Manolo Caracol! En Madrid sigue muy viva su memoria, así como la conciencia de que su nieta es su legítima heredera no sólo de sangre, sino también por empaque y categoría cantaoras. ¡Muy pocos paladares moldean ya la siguiriya con la profundidad y el sabor quintaesencial con que lo hace el suyo!

Al fin, tras las ovaciones y parabienes y la liquidación, llega la hora decisiva de redescubrir Madrid, de cerciorarnos de si Madrid existe aún o no. Se nos unen en el propósito mi cuñada Jordana y Manuel Torres, anticuario y bailaor en ciernes de no poca enjundia. ¡Taxi! Hay muchos, pese a ser fin de semana. Mala señal, sí. Antes era imposible encontrar uno libre un sábado. Pero es una falsa alarma. Tras pasar ante un bar ya cerrando y a cuya puerta saludamos a Carlos de Jacoba y Johnny Jiménez, dos de los guitarristas punteros del momento, acabamos -para mi sorpresa, pues ignoraba que aún existía- nada menos que en el Morocco de Alaska, cuya moqueta no pisaba desde hacía veinticinco años. Ya no estan Los Centuriones defendiendo la entrada y se me hace rarísimo eso de pagar la copa. Pero, cuando abro sus puertas y acaricia mis oídos Libre quiero ser de Los Chichos, casi se me saltan las lágrimas y eso compensa todas las ausencias y gastos. ¡Y continúa cerrando a las seis, como un bar normal! ¿Sigue, pues, existiendo Madrid?

Al día siguiente y, misteriosamente, sin ojeras proseguimos nuestro recorrido fantomatico. Siempre quise saber qué habría sido de la pizzería abierta en las postrimerías del franquismo por los neofascistas italianos exiliados aquí. ¡La encuentro! El local continúa, como lo recuerdo desde siempre, abandonado y diriase que olvidado, en plan de si te he visto, no me acuerdo. De toda la vida, ya digo, lo recuerdo tal cual, y supongo que en tan costroso estado se halla desde que el líder del grupo, Stefano Delle Chiaie, decidió largarse a Sudamérica al empezar a ponerse aquí las cosas feas para él después de lo de Montejurra. Sí sigue abierto La Metralleta, donde me hago con un disco de Remedios y otro de Manzanita. Y no sé por qué desemboco detrás de la DGS, en la calle del Marqués Viudo de Pontejos, donde tampoco me acuerdo ya a santo de qué emplazo, en una de mis novelas inéditas, la casa del Judío Errante en una librería con muchas obras de Monseñor Escrivá en el escaparate. Entro en la Plaza Mayor y constato que varias filatelias han caído, en tanto otras resisten. Y hay cola, observo, para contraer matrimonio civil, que también es un modo de poner un sello en tu vida.

Seguimos caminando y desembocamos en la Plaza de Santa Ana. Se fue hace tiempo Miguel Porras, que luchara con el Ché en Sierra Maestra y, claro, Viña P ya no existe, se esfumaron la carne a la piedra y los trigueros que Salomé y yo tantas noches degustáramos, a veces con Erika M. Sutherland y a veces con Pepe Maya y Marisa Salas. Bordeo la estatua de Lorca y entro en la Cervecería Alemana, plató de mis inolvidables copeteos con la créme de la créme. ¡Apenas diez mesas muy separadas entre sí! No conozco ni a un camarero. De aquella gran hornada de maestros del aperitivo sólo quedamos yo y Pepe Maya, con lo que parto en su búsqueda a Los Chanquetes, al lado de Antón Martín. Y me acuerdo de Antonio El Rubio, un gitano inolvidable a quien cuantos le conocimos de modo implícito considerabamos poco menos que inmortal. La pandemia frenó el gran homenaje que le iba a ser tributado en Madrid con un cartel de figuras, pero tuvo tiempo de dejarnos a modo de testamento artístico su disco Sigo siendo. ¿Lograré hacerme con él en este Madrid extraño y como cibernético al que desde la taifa extremeña sospechamos como poco menos que rodeado por La Valla de la serie de Antena 3?

¡Hay suerte! Ya estoy con Pepe Maya, precisamente uno de los actores de la misma, a la puerta de Los Chanquetes, cuyas paredes iluminan permanentemente los trincherazos y verónicas de Curro, de Paula, de Curro Caro el de Arles, de Antonio Bienvenida, de Ordóñez, de Sandín, de Paco Ojeda… Porta Pepe al cinto su inseparable matamoscas. Nada más pedir unos botellines, pasa por nuestro lado Alberto Martinez. Va hacia su tienda El Flamenco Vive, abierta en la misma calle, con lo que aprovechamos el feliz encuentro para conseguir gratis el disco.

Eco dulcísimo, personalidad cantaora venerada por Camarón, esta grabación ha visto la luz por impulso de Israel Fernández e incluye joyas como unas bulerías por soleá con Manuel Parrilla a la guitarra o una siguiriya a ritmo con Camarón de Pitita y las colaboraciones de Guadiana, Sorderita, Duquende, Pepe Habichuela… Pañuelo al cuello y sombrero calado, El Rubio es uno de esos iconos madrileños que siguen viviendo en el aire de esta ciudad donde entras en la Alemana y ya no encuentras más que ahí, en el aire, en el impalpable éter, a Juan Maya, Gonzalo Torrente Malvido -el caballero erudito de Joan Perucho- o El Príncipe Gitano. Aire, aire… Lo que decíamos.

Tras el concierto de Salomé Pavón, el disco de Antonio El Rubio ha sido la guinda de un viaje que no podemos, empero, dar por finalizado sin antes pasar por la barra de El Brillante a dar cuenta de un buen bocadillo de calamares. Aquí -¡no hay duda!- sigue Madrid siendo Madrid, el de nuestros amores, sones y justas galantes, siempre comprensivo con los caprichos de los escritores modernistas y las mujeres ramonianas. Con el fandango caracolero de Salomé en el corazón, ponemos proa hacia Extremadura, la tierra de conquistadores cantada por Porrina. ¡Ya ruge el motor! ¡Fuente de Cantos! ¡Allá vamos!