Game Over. Impasibilidad de rebaño
12 de agosto de 2021
Daniel Aguilar
Porque cuando el chute comienza a fluir por mis venas
Realmente deja de importarme ya todo
Todos los farsantes de esta ciudad,
Todos los politicos armando un ruido demencial,
Toda la gente poniéndose verde unos a otros
Y todos los cadáveres apilados en montones
(Lou Reed, “Heroin”, para Velvet Underground)
Hay un jugoso proverbio japonés del Período Edo que reza: Puestos a tomar veneno, me comeré hasta el plato. Supongo que los lectores habituales de Ángulo muerto ya se imaginarán por qué lo traigo a colación ahora.
Algunos asistimos sin demasiada sorpresa al “lógico” encadenado de medidas antisociales, anticulturales y antisanitarias que los gobiernos vicarios de cada país “se ven obligados” a tomar ante esta plandemia sin fin. De hecho, ya las imaginamos todas a los pocos días de que empezara “esto” y avisamos de ello a los pocos que quisieron escucharnos, y a los que nos decían “es cosa de tres o cuatro semanas, ya nos veremos luego”. Hace ya más de un año que en youtube apareció un video donde un joven de gran clarividencia cuyo nombre no recuerdo dijo algo así como que los que nos opusiéramos a la “vacuna” (ya se me perdonarán tantas comillas, pero son necesarias) acabaríamos teniendo que beber agua de los charcos para poder sobrevivir. Por cierto que ese tipo de videos, sobre todo si están en inglés, apenas duran unas horas en la red. Curiosa democracia, ¿no? Recordemos que cuando este asunto empezó en España, uno de los primeros debates que los medios plantearon fue la necesidad de la censura para acabar con los “bulos” y la utilización de la policía para rastrear al disidente. La mayoría teledirigida, como siempre, asintió y consintió. En el borrador de una de las primeras apariciones públicas del ínclito Pedro Sánchez para hablar de esta cuestión al parecer se deslizó la frase “el objetivo de la pandemia es…”, donde luego fue eliminada la palabra “objetivo” de la versión definitiva (esta noticia también ha desaparecido). Se refería a acelerar la implantación de aplicaciones digitales.
En Japón las formas son diferentes, pero el contenido de lo que se está llevando a cabo no. A pesar de que todo médico o biólogo que entienda un poco del asunto asegura que los test PCR no sirven para detectar el Covid-19, también aquí, como en el resto del mundo, se ha escogido este sistema y se equipara “PCR positivo” a “contagiado de Covid-19”. ¿Por qué se insiste en usar este patrón a pesar de que es erróneo? Por desgracia, la conclusión sólo puede ser: porque es el que arroja un mayor número de positivos, y por tanto es útil para mantener el terror. Por lo visto nos hallamos ante un virus realmente único, que ataca a cada país según sus particularidades culturales. Y ojo, que no estoy negando que el virus (por otra parte, de laboratorio) exista. En Japón la censura con respecto a todo aquel que cuestione estas vacunas “voluntarias” que no son tales (puesto que no se basan en el virus original y tampoco inmunizan) es férrea por decirlo suavemente. Los videos y artículos científicos al respecto apenas duran veinticuatro horas después de ser colgados y si uno pone en el buscador “oposición a la vacunación”, por lo general sólo aparecen artículos de hace varios años sobre otro tipo de vacunas. En suma, lo mismo que si estuviéramos en Corea del Norte o China, dictaduras tan criticadas hasta no hace mucho por hacer exactamente lo mismo.
Al igual que hacen en España los “Biólogos por la verdad”, o en Francia o Alemania asociaciones cívicas que luchan por los derechos individuales, también en Japón hay una resistencia que se oculta sistemáticamente. En junio 450 personas (en su mayoría profesionales de la medicina, pero también algunos políticos) presentaron una petición al Ministerio de Salud y Trabajo para que se paralizasen las vacunaciones. El grupo cívico Werise, el politólogo Manabu Matsuda, médicos expertos en virología como el doctor Masayasu Inoue, o Clínicas como Kaneshiro Honest Clinic en Osaka intentan dar la batalla, pero con escaso éxito. Hasta ahora se reconocen 751 fallecidos en Japón por la inoculación de estos fármacos, pero el Ministerio de Trabajo y Salud falsea las cifras, por lo que deben ser más. Es decir, la propia administración, con nuestros impuestos, trabaja con denuedo para crear un mundo donde los poderosos lo sean todavía más y al resto sólo se nos permita malvivir si agachamos la cabeza. Morir por vacunarse es admitido como un riesgo inevitable, pero morir por Covid-19 es absolutamente inadmisible, según nos dicen. De por sí, en la sociedad japonesa la mayoría de la gente odia significarse y lo habitual es que todo el mundo haga lo que hacen los demás evitando aquello que esté “mal visto”. No existe, pues, caldo de cultivo sociológico para la disidencia. Por ello las prohibiciones que se han llevado a cabo han sido más bien coacciones y no prohibiciones en un sentido legal. Todo a pesar de que se recalca con el mayor cinismo que la “vacuna” no protege del contagio por coronavirus y que las medidas restrictivas continuarán siendo prácticamente las mismas, con vacuna o sin ella.
Puesto que uno de los objetivos principales del tinglado es promover la deshumanización y el aislamiento del individuo, el resultado es que en Japón toda actividad que sirva para unir a las personas en lugares públicos ha sido prohibida de facto. Eso incluye beber alcohol (vuelta a los tiempos de Al Capone y los garitos ilegales), fumar tabaco, reuniones familiares o de amigos, festivales, etcétera. Los funcionarios son los que sufren una mayor presión por parte de sus superiores, pero incluso en el caso de las empresas privadas hay amenazas directas de ser despedido si uno se contagia (!!!) o si es “sorprendido” viajando a otra prefectura o yendo a reunirse con sus familiares. He visto chicas que llevan año y medio sin ver a sus novios por miedo a que las despidan… ¿Qué clase de amor es ese que no está dispuesto a arriesgar? He visto personas que rechazan ver a sus padres porque estos se niegan a vacunarse… ¿Qué clase de hijos son esos? Muy probablemente comiencen a pedirse certificados de vacunación no sólo para medios de transporte, alojamientos y restaurantes sino hasta para ser contratado por una empresa. A la vez que se afirma sin despeinarse que la vacuna es voluntaria… Además, se fuerza a instalar en el teléfono aplicaciones de localización permanentes. ¿Es este el sistema de libertades por el cual se ha luchado tantas décadas?
Quería terminar con otro poco de sabiduría oriental, esta vez del Tao-te king de Lao-tse redactado hace más de dos mil años donde nos avisa de que “cuantos más reglamentos, constricciones y prohibiciones haya en el reino, más se empobrecerá el pueblo” y “cuando el gobierno no se inmiscuye, el pueblo es rico en generosidad y franqueza; cuando el gobierno interviene, el pueblo se vuelve descontento y mezquino”. Por cierto que el taoísmo fue la primera doctrina en referirse al campo magnético que todos los seres vivos poseemos, campo que ejerce una influencia fundamental para relacionarnos con la naturaleza. Ya se ha demostrado que la desatada telefonía móvil afecta negativamente a aves e insectos. Quien tenga oídos para oir, que oiga.
En fin, yo no sé si estas mal llamadas vacunas contra el Covid-19 tienen o no grafeno, o si son mortíferas a corto, medio o largo plazo ni si son bulos o no todas esas cosas que se dicen por ahí. Pero aunque se tratara de auténticas y efectivas vacunas, por una cuestión de derechos y libertades estaría también en contra de su obligatoriedad, toda vez que se ha revelado como una obra maestra de la falacia aquellos de que los asintomáticos también contagian. Y sí sé que, como mínimo, estas “vacunas” no nos resuelven ningún problema, constituyen un riesgo evitable y proporcionan beneficios astronómicos a individuos de muy dudosa moralidad. También sé que el motivo por el que nos fuerzan a darnos el chute no es porque a los políticos les preocupe nuestra salud. Y también sé que la presión ejercida para que lo hagamos, así como la censura sobre las opiniones disidentes (por muy científicamente justificadas que estén o tanto más cuanto lo están) ataca las libertades y derechos individuales de un modo escandaloso. A pesar de ello, mucha gente sigue diciendo “cuando esto acabe…”. Pero vamos a ver, ¿desde cuándo se acaba un negocio que produce poder y beneficios? Dejémonos ya de whisful thinking, por favor. Todos los chantajistas y timadores actúan igual: si pagas, te piden un poco más y así sucesivamente.
Llegadas las cosas aquí, preocuparse de si los Juegos Olímpicos en Tokio se celebran con o sin público es irrelevante. Los Juegos se acabaron ya hace unos años. Ahora ha llegado no la inmunidad de rebaño sino la impasibilidad del rebaño, que ante todo lo que sucede pone la misma cara que las vacas cuando ven pasar un tren.