Entrevista a José Pazó Espinosa
24 de enero de 2021
Autor de El enigma de los espejos.
Langre Editorial (Madrid, 2016)
FGR: Génesis y motivación de esta perpetración genial…a la que no dudo se pueden aplicar estos versos del Marques de Santillana, citados por Bergamín[1]:
Oyó los secretos de filosofía
et los fuertes pasos de naturaleza
obtuvo el intento de la su pureza
et profundamente vio la poesía.
JPE: Me gusta esa referencia del Marqués de Santillana y a Bergamín. El origen es muy simple, me llegó una voz, o mejor dicho, di con esa voz en Kobe, una noche. Luego, me persiguió cada día. Viajaba en metro, rodeado de “salary man” y estudiantes en uniforme, y la voz viajaba conmigo. Vivía en esa época en Japón. Antes de irme allí, había pasado una temporada en una comarca remota del sudeste ibérico, en la frontera entre Albacete y Murcia, en Salmerón y Las Minas. Como su nombre indica, es una zona minera, de antiguas minas de azufre. Las minas abandonadas me impresionaron, grandes pozos con charcos y desechos en el fondo. Las viviendas vacías de los mineros eran cuevas excavadas en un acantilado sobre el río, y tenían las paredes esculpidas con hornacinas, lejas y poyos, y los dinteles pintados de azul. Las márgenes del río estaban llenas de juncos que se curvaban sobre el río, que fluía sin parar. Más allá, se extendían los campos de arroz. Las aldeas cercanas tenían bares desiertos en los que una bombilla colgaba de un cable viejo, y por las calles un perro esquelético merodeaba al atardecer. A Japón llegué con esas imágenes en mi cabeza, y allí me encerré en una cueva de lecturas, lenguas diferentes y palabras. Cuanto más me metía en la vida japonesa, esas imágenes, ese espacio, se expandían más dentro de mí. Inmerso en ese mundo hipermoderno, rodeado de charcos y detritus industrial, sumido en la vida de los trenes y las autopistas elevadas… Allí, en medio de ese mundo, me llegó una voz y me dijo: “Eres un espejo, un espejo roto”. Y yo empecé a preguntarme “¿Cómo me rompí? ¿Cuándo me rompí? ¿Por qué me rompí?”. A cada pregunta le venía una respuesta casi inmediata. Mil imágenes giraban en mi interior. Para empezar, la extraordinaria cualidad de los espejos, que siempre reflejan infinitas imágenes simultáneamente, aunque cada observador solo vea una; después, la vida en una cueva polvorienta, con un perro escrofuloso y una araña. A lo lejos, tras los cerros, una casona antigua abandonada. A su alrededor, algunos personajes faulknerianos, derrotados pero vivos en su grandeza y en sus miserias. La voz seguía hablando sin parar, cada noche, hilando y desgranando frases, contando granos de arena de una playa aparentemente infinita, hablándome y susurrando cosas de esos personajes.
FGR: No se cómo calificaras este artefacto pero a mí me parece un novela como la copa de un pino…a la que no vendrá mal como aproximación esta cita de Victor Hugo: el ser múltiple que vive en mí su unidad sombría.
JPE: Es realmente difícil decir qué es, porque es obvio que es un libro de otro mundo. En un mundo ideal, sería una novela de éxito, un auténtico best-seller. En el mundo en el que vivimos, alguien lo podría considerar una anacronía antihipsteriana;. Chavi Azpeitia lo ha calificado como un libro de las horas, un arte del bien morir. Elena Cosano, como una recopilación de haikus que, como ramas, salen de un mismo tronco. Yo dije una vez que era una novela con estructura de cagarruta de cabra. Debe algo al Oficio de Tinieblas de Cela, algo al Saúl ante Samuel de Benet, algo al personaje de Becket que se mete piedras en la boca, algo al Tractatus de Wittgenstein, y bastante a Roald Dahl. Es un ser múltiple que vivía en mí su unidad sombría. Es un libro cuyo destino es perdurar en el tiempo. No sé cómo, pero sé que perdurará a pesar de mí. Yo he sido un mero transmisor. Lo publiqué bastante después de escribirlo, y nada más abrirlo, ya impreso, noté esa intención temporal del texto, algo que es incluso independiente de mi voluntad o inclinación.
FGR: Mishima, refiriéndose a Izumi Kyoka, hablaba de la fe que este último tenía en el “kotodama”: el espíritu de las palabras. “Kyoka” mismo, significa: la flor en el espejo. Tanto la cualidad talismánica de las letras como el potencial encantamiento que porta la palabra hablada remiten, sin duda, a la unión de religión y literatura ¿Cómo ves esta cuestión, tras lo que hemos hablado?
JPE: Las palabras son magia sonora. Se perciben de una manera y significan de otra. Son objetos físicos y espirituales. Nacen, viven, mueren. Enferman. Tosen. Juegan. Hay palabras viles que buscan engañarte, palabras bienaventuradas que nadie quiere y todos ignoran, y palabras tímidas que buscan la sombra. Las palabras que pierden el significado quedan tumbadas, yacentes e inertes, como huecas fumadoras de opio, pero no por eso pasan a ser menos enigmáticas. Las palabras son pequeños espejos. Significan lo que queremos que signifiquen. Igual que cada uno de nosotros.
En Japón, además, la flor es el símbolo del misterio del arte. “Tener la flor”, “Hana ga aru”, significa tener duende, tener un poder de atracción inexplicable. La flor en el espejo es el misterio del arte en el vacío.
FGR: En los templos sintoístas hay tres objetos sagrados: un espejo, una espada y una joya…
JPE: Todos somos un espejo, una espada y una joya. Pero, de esos tres objetos sagrados sintoístas, el más interesante es el primero, el espejo. Siempre se ha dicho que el espejo es una representación del sol, y ya se sabe que Japón es el país del sol naciente. Pero no creo que el espejo sea tan relevante solo por esa asociación. Como las palabras, el espejo es un objeto mágico. Y por una simple razón: porque contiene simultáneamente infinitas imágenes. Cuando nos miramos en un espejo, vemos nuestro reflejo, pero si otro observador entra en la habitación y mira, a la vez, al espejo desde otro ángulo, verá otra cosa. El espejo está allí, sin hacer nada, conteniendo infinitas imágenes simultáneas. Por eso, cada espejo genera un espacio infinito ante él. Cada persona es un espejo. Refleja tantas cosas como observadores tenga. Pero solo hay un espejo primigenio, un primer espejo generador. El resto, somos reflejos de ese primer espejo, somos parte de un río que corre lleno espejos. Y yo soy un espejo roto. Cómo me rompí, no lo sé. Por eso, escribí su enigma, El enigma de los espejos.
FGR: Creo que gran parte de la novela tiene lugar en “la hora bruja”, el crepúsculo, en lo que los japoneses llaman “oumagatoki” y donde se percibe de primera mano, todos los días y para todos, la inestabilidad de lo real ¿Es así?
JPE: La hora crepuscular siempre ha sido mi hora favorita, la que más me ha intrigado. Hay dos momentos crepusculares, el amanecer y el anochecer. Yo soy del segundo. El amanecer, el “akatsuki”, me parece profundamente trágico. En eso soy muy lorquiano. El anochecer, en cambio, es la hora en la que mi ser se expande y vuela. El mundo se calma, y las sombras se van haciendo densas. Es la hora de los sonidos lejanos, de las esquilas, del tiempo sostenido por hilos de plata, de la calma interna y externa. También es la hora de los fantasmas. Los fantasmas siempre me han resultado agradables, ya que son seres que buscan compañía y a veces ayudan a romper la soledad.
FGR: ¿Qué es lo que perdiste y tratas de reencontrar a través del lenguaje y la literatura?
JPE: Yo nací y viví en el paraíso. Luego fui cayendo, despeñándome por barrancos, entre ellos el del raciocinio, la lógica y la categorización. Pero soy adánico. Con la literatura, con las palabras, siempre intento volver a él. El paraíso no es un lugar moral, ni siquiera ético, es un espacio en el que la comunicación no necesita de palabras. Para el que no lo conoce, para quien no ha estado allí o ha olvidado que estuvo, es un lugar incompresible. A través de las palabras, intento volver a él, a ese único lugar en el que precisamente no eran necesarias.
FGR: ¿Qué, y por quien, estás penetrado ahora?
JPE: Estoy penetrado por el hastío y la desidia. Me ha interesado el sexo mucho, y estoy escribiendo un diálogo con y sobre los diarios de Anaïs Nin, con el tercer volumen editado, recuperado en inglés hace poco como Mirages. Dejo que el diario me diga algo, y yo respondo. Llevo así bastante escrito, o algo (no sé bien qué es mucho o poco en un libro semejante), pero me cuesta seguir con la escritura a veces, ya que en ocasiones me carga la pureza excesiva de Anaïs y sus veladuras. No sé hasta dónde llegaré, pero ya tiene forma de algo. Me recuerda a un mecano en una habitación enmoquetada una tarde de otoño en una casa en el barrio de Salamanca en Madrid. Es un momento de momentos hecho de soledad, de silencio, de añoranza por cosas que no han pasado, de masturbaciones entrevistas por rendijas… ¿Para qué sirve un diario si no es para entablar una conversación con él?
[1] MUSARAÑA DE LA PINTURA (Aguja de navegar bultos, sombras y claridades)