Entrevista a José Manjón
7 de marzo de 2020
Frank G. Rubio
FGR: He leído Zona roja de un tirón y lo he pasado en grande, como haría un niño: un niño “crowleiano” y diabólico pero un niño. Creo que eso es lo primero que debe producir en un lector una novela: disfrute y no querer dejar de leer hasta terminar.
¿Qué es Zona roja?
JMM: Zona Roja es una novela que tiene dos fines: entretener al lector y darle a conocer unas historias que no se quieren contar y que también son nuestro pasado, el de todos, aunque haya muchos que se sientan incómodos al recordar estos episodios. Eso añade al placer de crear el goce de transgredir. Pero se trata en esencia de un hecho literario, de un relato de lo atroz cotidiano que se produce cuando la Historia con mayúscula, esa tarasca endemoniada, arrasa a la historia con minúsculas, la de los hombres de a pie.
FGR: Es una novela de gran calidad literaria que me ha recordado al mejor Baroja, que desafortunadamente no estuvo literariamente fino con este asunto concreto, o a Valle Inclán. Sin olvidar al gran Agustín de Foxá.
¿Cuáles son sus influencias?
JMM: Hay una indudable voluntad de estilo. No soy capaz de escribir de otra manera. Creo que nuestra lengua es un magnífico material para crear con él belleza. Y también obedece Zona Roja a una estética muy pensada: la forma es todo, como en el ballet. Pero en esa perfección está el entretenimiento, que integra la belleza general. Una novela no debería aburrir nunca. Por eso he procurado en todo momento que tenga dinamismo y tensión. En cuanto a la estructura, me influyeron mucho John Dos Passos y también, por supuesto, Baroja y Arturo Azuela. Y creo que en cuanto al ritmo narrativo algo le debo a Kipling. La distancia con la que trato a los personajes es herencia de la novela del siglo XIX, sobre todo de Tolstoi. Y el lenguaje, sin duda, brota de Valle, de Carpentier y de los clásicos del barroco, especialmente de Quevedo y Calderón. Agustín de Foxá me influyó en un sentido crítico, su novela me pareció que se olvidaba de la gente de a pie, que todo quedaba en un asunto de marquesas y bolcheviques. Y así no fueron las cosas. Por otro lado, desde el punto de vista estético, Madrid, de corte a cheka es un clásico, una obra a la que aún no se le ha hecho justicia.
FGR: Cuando acabé su lectura sentí que esos personajes no podían terminar ahí, ni así, que era preciso seguir desarrollando sus peripecias… sumergirlos, si cabe, en mayores horrores, arrastrarlos incluso hacia la esperanza…pensé incluso una trilogía.
¿Habrá pues, quizá, más novelas?
JMM: El sueño es premonitorio en cuanto a la segunda parte, que puede que la haya porque estoy dándole vueltas a ese proyecto. En principio, no tenía la menor intención de enredarme en trilogías ni en nada por el estilo, pero ya son varios los lectores que quieren que la historia siga. Intentaré complacerlos. Pero no prometo nada. Por eso, ahora, más que escribir, estoy recopilando materiales para una nueva obra.
FGR: La narración incide en un tema polémico, debido a los propósitos de sustraer a la libertad de expresión el tema de la Guerra Civil.
¿Qué opinas de la Ley de Memoria Histórica y de su potencial “comisión de la verdad”?
JMM: Estoy en contra de tener una historia oficial en el peor estilo de la Unión Soviética. Y me parece muy peligroso que se impongan las quemas de libros y las penas de cárcel para quienes se opongan a una visión maniquea del horror que vivieron nuestros abuelos. La libertad es el aire que respiramos los escritores y los humanistas. No debemos olvidar que la tolerancia consiste en permitir que se expresen las ideas que no nos gustan. Yo viví los ochenta; desde entonces, la libertad de expresión no ha hecho más que retroceder con todo tipo de “puritanerías”, victimismos y argucias legales. Pero, pese a toda la histeria jurídica actual, el pasado escrito a golpe de decreto tendrá corto vuelo futuro.
Suena un poco paradójico en un escritor que acaba de publicar un libro sobre este período, pero la guerra civil me aburre y la detesto. La Historia de España, en general, no me atrae, salvo en sus facetas artísticas y culturales. Con Zona roja pretendí en un principio exorcizar ese espectro en mi propia vida. Parece que ahora lo que he hecho ha sido darle más poder, porque me veo continuando un ciclo que no tenía pensado.
FGR: Esta es tu segunda novela publicada, la primera fue una novela fantástica, residenciada en España, vinculada al ciclo lovecraftiano de los mitos de Cthulhu.
¿Cómo ves hoy, en el año conmemorativo de Galdós, el papel de la novela en España?
JMM: La novela no debe tener ningún “papel”. Es un género maravilloso que se justifica en sí mismo, en el placer de crear historias y de jugar con el idioma. Tampoco soy un gran admirador de don Benito, la verdad. Me gustan mucho los Episodios Nacionales, que componen un estupendo ciclo de novelas populares con mucha acción; pero Fortunata y Jacinta y sus grandes novelas palidecen frente a La Regenta o las obras de don Juan Valera.
FGR: Cada vez se lee menos, libreros y editores lo atestiguan cada día; las nuevas generaciones van sustituyendo la lectura por la contemplación de series o la inmersión en lo virtual. Hoy, las redes sociales y los videojuegos, mañana: la realidad virtual.
¿Una nueva forma de misticismo de masas o mera barbarie? ¿Qué retos afrontarán, el escritor y la literatura, cuando carezcan de una masa critica de lectores?
JMM: Con los medios audiovisuales volvemos al analfabetismo de las grandes masas y al deterioro de la inteligencia media, lo que ya resulta más que evidente en las nuevas generaciones. Padecemos una creciente barbarie tecnológica que no promete nada bueno para el futuro. En semejantes condiciones, la literatura volverá a ser lo que fue en los siglos anteriores al XVIII: un producto de lujo, un paraíso cerrado, algo que sólo entenderá una minoría. Y, por supuesto, la novela se tendrá que adaptar a ese público tan exquisito como escaso. Para la chusma habrá series de televisión y juegos que la idioticen, una vez arruinadas las religiones y las ideologías. Esa función se dará a los guionistas, que serán lo que en los siglos medios fueron los juglares frente a los trovadores.