EL VIAJE

EL VIAJE

8 de marzo de 2024 2 Por Ángulo_muerto
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JOAQUÍN ALBAICÍN

Ha partido Luisa Ortega, ya lo saben ustedes, y con ella se va la niña que en el Madrid en guerra, al tomar de la mano a sus padres y a su hermano Enrique y tirar de ellos para llevarlos ante el escaparate de una juguetería en el que se exhibía una muñeca de la que había quedado prendada, les salvó de perder la vida al caer un minuto después una bomba sobre el tranvía que iban a tomar. Se va la adolescente a quien, en San Rafael y mientras le peinaba su negrísimo, larguísimo cabello, mi bisabuela Agustina enseñaba el caló al tiempo que a sentarse con la espalda siempre recta. Se va la jovencísima estrella de la copla, precoz como todos los grandes, a quien Cagancho brindó la muerte del último toro por él lidiado en la Maestranza y también la de ese otro al que citó gallardo para, de azul pavo y oro, despedirse al poco de Las Ventas. Se va la musa del piano de Arturo Pavón, su hombre, su locura y su felicidad, barman de cuya coctelera salió una Suite Flamenca que hizo historia en la música honda.

Es mucho lo que con ella se va. Pero para mí, ante todo, con Luisa Ortega se va la madre de mi mujer y de mis hermanas y se va una gran compañera de viaje por esta vida, una mujer esfíngea, inteligente, vivaz y de áurea intuición que, cuando yo más lo necesité, me echó un capote salvador sin pensárselo dos veces.

Aquel quite del perdón cambió en gran medida mi vida, y ahora me despido -es un decir-de ella en un jardín de bonsáis que se me antoja una plantación tropical de añoranzas, quizá porque una de las cosas que más nos gustaba hacer juntos era recordar, rasgo y afición que de ningún modo pueden extrañar en una mujer de imposible olvido para cuantos la conocimos. Hablaba de sus antepasados y de los míos y de otros seres queridos o admirados por ella en el pasado como si aún siguieran vivos y, en un rato, fuesen a venir a recogernos para ir a los toros, por supuesto que a barrera, así que Luisa Ortega no sólo me descubrió que la piscina es un bien de primera necesidad, revelación que por sí sola es ya un hito en la historia de la filosofía, sino que mi convivencia con ella fortaleció de un modo inconmovible mi fe en que la complacida evocación del esplendor pasado es siempre suero y fuente de futuros triunfos a corto, medio y largo plazo y garantía de vida eterna, esa que se ha ganado a pulso luchando en ella y por ella con el tesón de los carismas indoblegables.

Nació a las doce del mediodía, como yo. Y, como yo, concedía importancia a las visiones oníricas, pues no las consideraba en el fondo de distinto rango ontológico que las experiencias diurnas. En particular soñar con Joselito El Gallo, decía, deparaba buena suerte. Ella la tuvo con mayúsculas en el amor, el arte y la lotería, como yo la de disfrutar de tantas vivencias en su cercanía cómplice.

Se me va, no puedo decir otra cosa, una segunda madre y un aura que, sin duda, me acompañará siempre. Hasta que nos reencontremos y, entonces, volvamos a sentarnos a, desde donde lo habíamos dejado, de nuevo recordar, recordar, recordar… para así poder seguir hacia delante en esta melancólica zambra y este maravilloso viaje sin término que es la vida.

Buena suerte en el Cielo, querida y sabia Luisa. Y ya te contaremos.