CORTINAJES

CORTINAJES

2 de abril de 2022 1 Por Ángulo_muerto
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JOAQUÍN ALBAICÍN

Ha muerto Luis Roldán, que tanta vida infundió a la prensa española desde aquel Laos de acuñación propia. Y sigue detectándose un inquietante número de asesinos de ETA y de aplaudidores y padrinos de sus crímenes ocupando cargos públicos en base -inevitable preguntárnoslo- a no se sabe qué inconfesables servicios prestados a quien sea… Mas lo cierto es que, entre los últimos coletazos judiciales del Pequeño Nicolás y la estrambótica reaparición de Felipe Turover, el “agente del KGB” travestido de okupa en un chalet de Villaviciosa de Odón, la crónica de sociedad del espionaje ha estado por aquí dominada en los últimos tiempos por la figura de Corinna Larsen, como en las décadas de 1980 y 1990 lo estuvo por la del comandante Cortina. De hecho, y debido a buen seguro a los lapsus de memoria tan extendidos tras la escabechina del covid, incluso a veces se equivoca uno y habla del papel del comandante Corinna en la organización del 23-F o de cómo el Rey hubo de abdicar por culpa de la señorita Cortina Larsen…

Hablamos en lo que a ésta se refiere de un presumible caso de espionaje porque, por muy seductora que pueda una fémina ser en la cama o muy tentadores que suenen los canapés mordisqueados por su blanquísima dentadura, es claro que nunca se habría atrevido a llevar a los tribunales y exponer al escarnio mediático a un Rey de no haberle sido encomendada tal misión por alguien muy poderoso y, por tanto, en posición de cubrirle las espaldas de modo que, al final, salga ilesa y de rositas del asunto. Y ese tipo de fauna inclinada a tender impunemente trampas pulula en abundancia -y con el dinero y el poder precisos- por el Principado de Liechtenstein, existente sólo para ese tipo de historias y poco más.

Ahora La Esfera de los Libros ha publicado a Fernando Rueda Al servicio de Su Majestad, La Familia Real y los espías, cuyo autor se extiende tan a fondo como puede o se puede sobre este affaire, tomando en consideración sólo de pasada nuestra antedicha tesis, pero trazando una iluminadora cronología de la maniobra de ataque a la Corona desencadenada por la madura beldad. Hablamos de cuatrocientas páginas en las que aborda la historia del CNI y muchas de sus grandes operaciones ya desde la fundación de las organizaciones de que “desciende” -el SECED y el CESID- y la relación del un día Príncipe, luego Rey y ahora Rey Emérito Juan Carlos de Borbón con la agencia y sus sucesivos directores. Es por ello que puede hablar sin pelos en la lengua y con suficientes argumentos en la mano de, por ejemplo, la Transición como una maniobra no impulsada en absoluto por Juan Carlos I o Adolfo Suárez, sino en calidad de operación y diseño de la CIA, de la que los citados sólo fueron herramientas útiles, y de cómo el entonces Príncipe, a través de su instructor de artes marciales, se mantuvo en contacto con -y fue supervisado por- el espionaje americano ya desde 1966.

Resalta Rueda cómo futuros espías prominentes como Cortina, Javier Calderón o Perote fueron formados por Langley, así como que desde la época de Franco la CIA “consiguió que los espías españoles estuvieran a su servicio y que esa dependencia durara hasta bien entrada la democracia”. Uno diría, en cuanto al matiz final, que no existen indicios de que esa dependencia haya disminuido y España no siga, por tanto, ligada a Washington por lazos de obediencia similares a los de Pakistán. Perote admite cómo durante muchos años los agentes de la CIA incluso indicaban a los espías del CESID en el domicilio u oficina de quién querían que fuese instalado un micrófono oculto. Y, según el militar y agente Arturo Vinuesa, citado también por Rueda:

-La relación de dependencia de la agencia de inteligencia estratégica de un Estado [España] que se supone soberano con relación a la CIA estadounidense era casi tan vergonzosa como indescifrable.

Tampoco calla Fernando Rueda sobre los muchos puntos oscuros detectables en la investigación del magnicidio de Carrero Blanco, quitado de enmedio con una carga del explosivo militar C4 -disponible en España sólo en las bases americanas- y un día después de haber el almirante anunciado a Kissinger la intención española de fabricar la bomba atómica, especulando sobre si Herrero Tejedor, entonces fiscal del Tribunal Supremo, no pudo ser asesinado por su intención de no ocultar a la opinión pública quién se hallaba en realidad detrás de ETA en aquel atentado. Era algo que también pensaba Areilza, primer Ministro de Exteriores de la monarquía. Y Joseph Finder, novelista con muy buenas fuentes en la CIA. Y El Lobo, infiltrado en ETA que, aparte de creer en la inspiración americana del crimen, afirmó que hubo policías y militares españoles participantes -como mínimo, por omisión- en el magnicidio.

Presenta además Rueda una elocuente reconstrucción de la conspiración que desembocó en el golpe “de Tejero” en la que no son eludidas las vinculaciones a la misma de altos cargos del servicio -principalmente, José Luis Cortina y Javier Calderón- o el entonces cabeza de la Casa Real. No se resiste, por ejemplo, a recordar cómo Adolfo Suárez, enterado de que, a espaldas suyas y a instancias del Rey, su Ministro de Defensa, Rodríguez Sahagún, había devuelto al general Armada a un destino en Madrid, dijo a éste:

-Acabas de abrir la puerta a un golpe de Estado.

O cómo el comandante Cortina salió absuelto en el juicio de Campamento por, según todas las apariencias, mostrar la lucidez de amenazar con desvelar “lo de Carrero”. ¿Qué sería eso de “lo de Carrero”?

Y aparece en un papel estelar, claro, el famoso comisario Villarejo, del que aún no tenemos nada claro que de verdad se nos haya dicho quién es realmente. Porque cuando éste, tras una década infiltrado por cuenta de contratistas privados en un sinnúmero de lodazales, regresó al cuerpo de policía pudo, sí, trabajar en muchas cosas, parece que como “fontanero” para asuntos delicados de los sucesivos gobiernos de España, moviendo peones desde la sombra, pero dudamos bastante que lo hiciera como “agente encubierto” y “con un sinfín de identidades”, estando más quemado y visto en todo tipo de alcantarillas que Jorge Javier Vázquez…¿O podría Julián Muñoz infiltrarse con nombre falso en una empresa constructora de Marbella? Es curioso cómo, a veces, las reputaciones adjudicadas por los medios a algunas personas calan hondo en la opinión pública pese a que, sobre el papel, los hechos señalen como más que improbables esos propuestos perfiles.

Son asimismo de elogiar el patriotismo, fervor democrático y heroico tesón demostrados por directores del espionaje español como Félix Sanz y Alberto Saiz manteniendo a raya -en operaciones bien detalladas por Rueda- a tan temible enemigo estratégico como Bárbara Rey, un liguero tan ligado –¡ironías del Destino!- desde los inicios de su carrera a Interviú, durante tantos años poco menos que el BOE del espionaje español. De amenísima y clarificadora lectura, todo el libro termina en un momento u otro por adquirir un toque de sainete, lo que quizá sea el más aconsejable modo de tomarse ciertas cosas… Dicho sea con todo el respeto a las vidas destrozadas que esta clase de asuntos siempre dejan en la cuneta, pues no cabe duda de que no siempre es a un porcino a quien le llega su San Martin.