¿CENSORES DE ESTILO? UNA REFLEXIÓN
26 de junio de 2024
Daniel Aguilar.
¿Estamos de acuerdo en que la Literatura es un Arte, como puedan serlo la pintura, la música, el teatro, el cine, la escultura o cualquier otra disciplina similar? Bien. Entonces, ¿cómo nos sentiríamos si un tercero (supervisor) le dijera a un director de cine que «No puedes poner la cámara ahí, tiene que ser allí». O a un pintor que «No puedes usar el azul, tiene que ser el verde». O a un músico que «el uso de la guitarra cada vez se admite menos, mejor que uses el violín». Absurdo, ¿no? Entonces, ¿por qué se multiplica hoy en la Literatura una figura de nombre tan odioso como el «corrector de estilo»? Como dijo una vez mi hermano Carlos, escritor, el estilo es algo que no se le debe corregir a nadie. Una cosa es que un responsable de la editorial revise los textos para detectar erratas, reiteraciones u otros defectos, y otra cosa es que quieran imponer una determinada manera de escribir. Cortar frases que se consideran demasiado largas para el lector actual (es decir, tomar al susodicho por tonto), eliminar vocablos que se consideran abstrusos (todos hemos tenido que buscar alguna palabra cuando no la entendíamos), cambiar los tiempos verbales eliminando en lo posible el gerundio, el subjuntivo, el condicional y la voz pasiva o un largo etcétera que está a la orden del día. Todo ello con la excusa de que «La RAE dice que». Si a un determinado lector un texto le resulta difícil, basta con que deje de leerlo y escoja otro autor. Existe el arte para todos los públicos y el arte para público restringido.
Probemos, por ejemplo, a ver un texto de Jorge Luis Borges. Si se le entregase a un corrector de estilo actual sin informarle de la auténtica autoría, sin duda haría una escabechina con él. Y sin embargo dicho autor está considerado como un maestro de la Literatura. ¿Puede nacer un nuevo Borges en la Literatura actual con los correctores (censores) actuales? ¿No estarán contribuyendo de un modo fatídico al empobrecimiento de nuestro lenguaje y nuestra Literatura? ¿Por qué esa obsesión en poner límites (empobrecer) a la Literatura en particular y al Arte en general? ¿Qué diferencia habrá en un futuro próximo con las obras que por mera imitación o «corta y pega» puedan nacer de la Inteligencia Artificial? Lo cual me lleva a pensar que es cuestión de tiempo (poco) que el resto de las artes sufran el mismo destino. De hecho, no tardaremos en ver nuevos índices de libros y películas prohibidos.
Es entonces cuando nos encontramos con niveles de literatura, desde hace algún tiempo, algunos yerros más severos que otros, como son la literatura infantil, literatura juvenil, literatura de autoayuda o superación o como le quieran llamar. Como si al ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha no fuera posible leerlo en nuestra infancia y a lo largo de nuestra vida y encontrar allí tales concejos y sabiduría que no sería menester buscar ayuda en especialistas en decirnos cómo vivir y cómo hacer las cosas que ellos mismos no se atreven a realizar. Como si no encontráramos allí, al lado de Sancho, las escenas más divertidas pero también las más dramáticas y trascendentales. Sueños, tristeza, alegría, amor, codicia, mezquindad, toda una trágica vida real reflejada en esta ficción universal y sin tiempo que la arredre. Ah, pero si no justipreciamos este bello libelo con atiente aliento y devoción, será de seguro un estruendoso fracaso literario cada vez que nos acaricie las manos este destello de luz atrapado en el papel.
No debería existir una literatura fácil de digerir ni mucho menos «comercial». Y en definitiva, lo que no se puede perder en una obra son su rigor literario, su claridad narrativa, su honestidad, y la magia necesaria para cautivar al lector, aunque se descubra alegremente obligado a tener de un lado el diccionario y del otro el libro que no puede parar de leer. Se salvarían los dos, libro y lector, en un final feliz que no terminará.